si Johan Lorbeer se empeña en hacer vivac por fachadas en imposible escorzo, los de Landher Montaña -es su campo- no pueden ser menos, y devuelven el intrusismo profesional arropándose de magia. Rafa Heras sale a la plaza de San Antón, da la bienvenida al público reunido y presenta al ilusionista argentino Gustavo Raley, "que nos ha liado la tarde con sus palomas; todavía no sabemos dónde esta alguna".

Con la referencial música de El Golpe, Raley emerge en el escaparate-escenario, frac gris, pajarita negra. El vestuario le dura poco, con corbatas que pierden inexplicablemente sus dibujos. A golpe de música, transforma radios antiguas en loros del Bronx y vinilos en cds, juega con levitación y cambios cromáticos, despedaza periódicos que vuelven a juntar poco después sus columnas... Y todo a un incesante ritmo. ¿Cómo logra calzarse unos patines en apenas veinte segundos tras un telón? Habrá que darle vueltas en la cama. Rafa está encantado. Es la segunda vez que la tienda acoge una cita de los escaparates mágicos, tras la visita de Armando Lucero hace dos años. "Es una forma de hacer magia distinta, y de relacionar magia y comercio".

A medio camino de la majorette y el baterista, el coreano Jung-Min Lee salta al escaparate de Ortzai. Y éstos saben más que nadie de escenarios. Le espera un nutrido público, con los niños -como siempre- sentados en primera fila sobre las alfombras de Magialdia. Lee empieza a sacar barritas de sus guantes sin dedos, armado con un pequeño karjak. Las barras cambian de color, y ya no puede ser cosa del sol.

El coreano pide aplausos. Está aislado en la burbuja de cristal del laboratorio de arte dramático. Y pasó mucho más tiempo dentro del suyo preparando unos trucos con los que ha cruzado el mundo para sorprender al público vitoriano.

Doscientos metros más allá, en la misma calle Pintorería, el público comienza a arremolinarse en torno al escaparate de Tribal Área, donde han vaciado el interior del escaparate de ropa, muebles y complementos con sabor exótico para poner a otro mago en venta. No está de oferta. Es producto exclusivo.

"Los dos primeros pases han sido para tantear, para controlar el espacio", avisa Murphy, que -¡cómo no!- guarda lo mejor para el final. Tras tres visitas al festival vitoriano, es la primera vez en la que se convierte en maniquí del truco. "Éste año se ha abierto una brecha, con el concurso, y posiblemente acabe habiendo una rama de la magia que se llame escaparatismo". Un bautismo, todo hay que decirlo, muy parecido al escapismo de Houdini.

"Lo tienes a un palmo y te engaña", susurra un espectador al comprobar que no puede siquiera intuir dónde van a parar las cartas de Murphy. Los naipes, en éxtasis final, caen en forma de cartarata. Elegante, el mediático ilusionista ovetense propone a continuación otra multiplicación. Botellas que se transforman en latas, latas que se tornan copas, copas que se vuelven botellas. La mesa acaba convertida en apoteósico botellón de esa marca que servía una chica en patines. Sí, los mismos que calzaba Raley.

Un miembro del equipo de Magialdia se acercó a Tribal Área para ofrecerle participar en la iniciativa. Y Ainhoa Sánchez Armendariz no dudó en decir que sí. Es curioso, la magia ha sido el mejor escaparate para su tienda. "Ha venido mucha gente que no sabía que existía", reconoce, proponiendo -contagiada- su propio truco. Ainhoa adivina el futuro: "el año que viene, otra vez". Los doce escaparates bajan la persiana. Ha acabado otra edición de la magia de lunas... Justo en el mismo momento en que, en lo alto del cielo, emerge la luna mágica.