Hay una cuestión urbana que, desde hace años, polariza las opiniones de los vitorianos. Una opción que no es crucial, pero que tiene lugar en el cruce de cruces de Gasteiz, en la plaza que, de habitar una polis griega, sería sin duda el ágora donde filosofar y tomar las decisiones de la ciudad-estado.

A Mintxo no le gusta usar la goma. Prefiere repintar el error y convertirlo en algo nuevo. A las 19.25 horas se le notaba nervioso, más acostumbrado a la soledad del estudio, a la evaporación del lienzo, al sinuoso juego de la imaginación que a los grandes tumultos. No había demasiada gente en la plaza hasta que, de repente, centenares de personas comenzaron a emerger en ella, atraídos por el imán de la novedad, de la incertidumbre.

Una gran lona rodeaba los doscientos metros cuadrados de cemento de la plaza gris, que durante la última semana ha rendido sus mejillas a los colores. Alfredo Fermín Cemillán Mintxo y sus colaboradores -Carlos Lalastra, Ernesto Esparza y Víctor Perea- han sido los encargados del trampantojo. O, como prefieren ellos -más técnico- del dibujo anamórfico.

Cuando la plaza ya bulle, el reloj marca la hora señalada y Patxi Viribay, portavoz de Magialdia, toma el micrófono. La cita, explica, es "una extensión del festival al arte, una especie de travesura que disfraza la ciudad". Explica también que estos días todo ciudadano tiene "la obligación de pasarlo bien", antes de pasar el micro al autor.

"Espero que disfrutéis", asegura Mintxo, algo abrumado, y explica la mejor forma de asistir al juego óptico. Sobre la forja del balcón, tres maderas con su respectivo apoyo permiten el acomodo de la barbilla. Aunque le gusta darle a la húmeda, Mintxo no quiere hablar demasiado. Quiere que la obra lo haga por él, no sin antes agradecer a todo el mundo su apoyo. Y el permiso para "dejarnos hacer esta majarada".

La lona se descubre con rapidez, y el dibujo emerge. Cada uno esperaba una cosa. O en general no se esperaba nada. Pero pocos podían intuir los grandes brazos, el columpio, la colosal composición. Ya es un elemento público -y efímero- así que no pasa nada por desvelarlo. El lienzo presenta, sobre la ladera de la Virgen Blanca, a cuatro hombres que sujetan el monumento a la batalla de Vitoria como tratando de moverlo. La ilusión de muchos, al fin, convertida en ilusión. Lo que nunca fue y ¿alguna vez será?

En medio de los cuatro hombres -¿no serán, acaso, los cuatro autores del proyecto?- una niña se columpia disfrutando del instante detenido, aprovechando el movimiento del gigante de piedra, que se ha convertido en una suerte de paso religioso en procesión.

"Por eso se llama ilusión transitoria", apunta Viribay, mientras Mintxo recuerda los dos meses de planificación, aunque la obra ya estaba pensada para la edición del año pasado. Lo hace mientras la masa escala hasta la balconada en busca de su propia opinión. Sí, es cierto, sólo va a estar unos días, pero, ¿hace falta agolparse?

"Ya lo veremos otro día", dice una joven, que tras ver el conjunto desde las escaleras no piensa ni por asomo meter el codo para acceder a los miradores oficiales. "¿Se ve desde aquí?", pregunta un hombre sofocado en la cima de la escalera. Y sigue subiendo peldaños en busca de premio.

Mintxo tiene muchos amigos y conocidos. Ya han pasado quince minutos y todavía sigue saludando a gente, abrumado e ilusionado por su propia ilusión. Hace años, en el Antiguo Depósito de Aguas, también fue responsable de una ilusión óptica que reconvertía uno de los espacios más mágicos de la ciudad. Se llamó Las raíces excavadas. En el Monte Poblado (1994).

Este nuevo trabajo, no sin sorna, se titula Ilusión transitoria, y añade a la fuerza del trabajo pictórico ese plus de cuestionamiento del espacio, abriendo -o reabriendo- este eterno debate que nunca ha llegado a formalizarse y que se mantiene como eterna discusión.

No es la única pieza de esta índole que Mintxo ha realizado. En la Casa de Cultura de Okendo, en San Sebastián, en enero de 1997, colabora en el proyecto de Pablo Milicua Paisajes y vistas de San Sebastián, y hace lo propio en el Horno de la Ciudadela de Pamplona, en julio del mismo año, 1997. Para esta postrera intervención adoptó el simbólico nombre de La ciudad cociente. A nivel menor, el artista de origen madrileño -afincado en Vitoria desde hace muchos años-, ha realizado numerosos trampantojos para coleccionistas privados, para personas que, en lugar de decorar su hogar, prefieren convertirlo directamente en otro lugar. A su medida. A la medida de su imaginación y la capacidad plástica.

Pintor, ilustrador, dibujante, cartelista, diseñador, decorador, escenógrafo... Mintxo pasea por la balconada mientras, al pie del dibujo, los peatones observan sus formas incompletas. Porque, en las cercanías de la obra, ésta resulta un dibujo de dimensiones desquiciantes, y es desde el mirador de San Miguel, ese que hace apenas un mes descorchaba la fiesta, desde donde todo cobra sentido.

También la caída del gran telón -doscientos metros cuadrados- de esta Ilusión transitoria sirvió ayer como punto de partida a otra fiesta, la que llenará esta semana la ciudad de trucos de todos los colores y formas, con todos los acentos y sabores posibles.

Trucos con forma de pintxos increíbles, de galas mágicas, de juegos insólitos, de escaparates con rebajas visuales, de estrenos internacionales... Trucos para todo aquel que se quiera dejar engañar durante un instante por esta realidad manipulada, quizás más real que la propia realidad. Más efímera, seguro, como el lienzo de Mintxo, que planta su firma -AFC- durante siete días en el centro de Vitoria.