Vitoria. El artista dominicano, al otro lado de la línea telefónica, responde afablemente desde Nueva York, a una semana de iniciar su gira con la Orquesta Sinfónica de Euskadi (OSE) por las cuatro capitales vascas. Esta noche es el turno de Gasteiz, con un concierto que comenzará a las 20.00 horas en el Principal.
Usted es un artista polifacético que combina la música caribeña, la clásica y el jazz. ¿Cuál de las caras de Michel Camilo se verá en su gira por tierras vascas?
¡Es que no las diferencio! Hago música desde que tengo cuatro años y vengo de una familia repleta de músicos compositores: algunos, clásicos; otros, populares... En casa de mis abuelos todos se turnaban al piano y a la guitarra. No diferenciábamos si esto era clásico o popular... A los nueve años ingresé en el Conservatorio Nacional de Música, en la República Dominicana, donde recibí una formación clásica. A los 16 llegué a la Orquesta Sinfónica Nacional, como miembro más joven, donde tocaba piano y percusión. Pero a los catorce ya había descubierto el jazz y me encantó el reto que supone para un músico: la improvisación. Componer en directo, al instante, me atrajo muchísimo. En realidad, nunca diferencié entre una cosa y otra.
De ahí que ensamble con tanta naturalidad distintos estilos musicales.
Ésa ha sido la definición de mi vida. Mi vida musical es tripartita, tres en uno: mi entrenamiento clásico, mi amor por el jazz y por la improvisación, y mis raíces afro-caribeñas.
¿Aceptaría el título de ejemplificar en su persona la no existencia de géneros en la música?
Siempre he dicho que la música es el lenguaje más íntimo del alma. El más universal, que une a los pueblos. A mí, que llevo 25 años girando tanto, en todo tipo de ambientes y mundos musicales, lo que me encanta es tocar la fibra íntima del público y hacer que vibre con la música. Que todo el mundo conecte como si fuese una persona, que la música catapulte vibración, sentimiento, sonrisas, recuerdos y anhelos.
¿Cuál es secreto para absorber toda esa diversidad musical? ¿Es una cuestión de actitud o de trabajo?
La actitud siempre debe ser de curiosidad. Yo lo llamo el niño curioso que nunca puede morir. Es la clave para seguir creciendo y redefiniéndose. Así se descubren nuevos horizontes musicales y creativos. Pero también están ahí los años de estudio, el no parar nunca. Nunca se debe pensar que uno ya sabe de todo, sino al contrario. Hace falta tener la mente abierta a nuevos experimentos.
Usted reivindica su herencia caribeña. ¿No tiene la sensación de que se minusvalora la música latina?
Hay que tener cuidado con las etiquetas. Por eso organizamos un festival latino-caribeño en el Kennedy Center de Washington, para mostrar que la música latina no era sólo música de baile, sino que había también músicos serios. Hay una riqueza de compositores que también tiene que verse plasmada. Invitamos, por ejemplo, a Arturo Sandoval, Gonzalo Rubalcaba, Paquito de Rivera... y cada cual tenía que llevar a su grupo y ofrecer su música dentro de un concierto con una orquesta.
Recuerda detalles de sus conciertos, de artistas con los que colaboró, las fechas... ¿Señal de que vive con pasión cada uno de esos momentos?
Cada concierto es único e irrepetible, en cada uno hay algo que sucede y que es especial, algo que no ha sucedido nunca y que, probablemente, nunca más ocurrirá. Hay cosas indescriptibles: quizá un poquito más de aire en un fraseo o un poco de retardando aquí y allá (Camilo ralentiza su expresión por un momento). Hay una magia que sucedió y que todos sentimos de la misma forma. Esto es lo que ocurre cuando se hace música de gran nivel.
¿Qué expectativas tiene ante los conciertos que ofrecerá con la OSE?
Me encanta debutar con la Orquesta de Euskadi, con la que nunca he tocado todavía. Y también con el director, Rubén Gimeno, a quien no conozco. Sé que es un buen director, tenemos amigos en común y fue alumno de Leonard Slapkin. Hay muy buena conexión y estoy ansioso de llegar allí. ¡Va a ser fantástico!
El director titular de la OSE, Andrés Orozco-Estrada, afirma que estas actuaciones beben mucho de la inspiración del solista. ¿Uno sabe adónde van a llegar estas colaboraciones?
Uno tiene sus expectativas. Pero hace falta conocerse. El primer ensayo es crucial. Para mí es como la carta de introducción: es donde los músicos se sienten cómodos porque, al fin y al cabo, tiene que haber concertante. Se llama así al diálogo entre el solista y la orquesta, y viceversa. Cuando sucede eso, es magia pura. Es importante que todo el mundo se sienta cómodo y podamos hacer música juntos. Me encanta ver, después del ensayo, tras la primera lectura de la obra, la cara de los músicos, que sonríen pensando: "¡Esto va a salir bien! Ya sabemos de qué va".
¿Qué le aportan estas colaboraciones a un músico de su trayectoria?
Varias cosas, pero, principalmente, el sentimiento que se tiene al tocar con una orquesta sinfónica. Es algo inigualable, porque el volumen sonoro que existe sobre el escenario es sobrecogedor. El aire se pone en movimiento y el sonido traspasa tu mente y tu alma. En ese momento, cuando una orquesta toca para el solista, es algo por lo que merece la pena esta vivo. El reto es mantener la concentración sin distraerse con tanta textura, color y magia. Las obras que tocaremos son un reto para la orquesta y el solista, porque están inspiradas en el jazz y en la música afro-caribeña.
En el programa, además de una pieza de Arturo Márquez, interpretarán dos obras creadas por usted.
Será un gran reto, porque ambas son bastante virtuosas. La primera es una suite para piano, cuerdas y arpa. Es más jazzística que la siguiente, porque está inspirada en varias piezas que vinieron de mi repertorio con el trío de jazz. Está dividida en cuatro movimientos. El primero se inspira en el baião brasileiro, el segundo es un tango moderno, el tercero es una balada de jazz, y el último, una obra de jazz contemporáneo.
¿Y la segunda composición?
El Concierto para piano y orquesta número uno fue un encargo de la Orquesta Sinfónica Nacional de los Estados Unidos y del director titular en 1998, Leonard Slapkin. Se estrenó en el Kennedy Center, dentro del primer festival de música latino-caribeña. El estreno fue muy exitoso y al año siguiente lo ofrecí en Londres, con la Orquesta Sinfónica de la BBC. Hasta hoy la he tocado 63 veces.
¿Cómo surgió la idea?
Slapkin me encargó esta pieza en el camerino del mítico club Blue Note de Nueva York, donde yo actuaba con mi trío. Vino a verme porque acababa de dirigir a las hermanas Labèque con la Filarmónica de Nueva York. Había alcanzado a escuchar el segundo show de la noche, le encantó y me dijo: "¿Qué podemos hacer juntos?" Le respondí: "Maestro, lo que usted quiera". Quería algo mío y me dio un año. "Quiero que suene a su música", me insistió. Lo difícil era hacerlo para orquesta y solista. En un año lo estrenamos en el Kennedy Center.
Y usted cogió el guante. ¿Esa obra es el resumen de su trayectoria?
Efectivamente, es una especie de autobiografía. El primer movimiento, inspirado en elementos étnicos de la música afro-antillana creada en los espacios abiertos de la montaña, me retrata en la República Dominicana, porque mi familia viene del campo. El segundo, una gran balada, representa mirar hacia Nueva York, pero dejar mi cultura, mis amigos y mi familia persiguiendo un sueño. El tercero es mi encuentro con la gran urbe, los nuevos ritmos, la locura buena de Nueva York. Transmite mucha energía.