Venecia. Excesiva, barroca, violenta y realizada con "una libertad creativa total", Balada triste de trompeta, la "tragedia grotesca" de Álex de la Iglesia que opta al León de Oro, llevó ayer a la Mostra su retrato de la historia de España del siglo XX filtrado a través de la mirada de dos payasos.

"Me interesa el payaso como símbolo", explicó el cineasta en un encuentro con la prensa española. "Es una figura terrorífica fuera de contexto, que tiene un link con el sacerdote y el torero. Los tres llevan trajes de luces, los tres participan en un ritual de iniciación en el que hay un sacrificio". Y ése es el primer triángulo que marca esta voluntariamente indigesta película. Balada triste de trompeta está recorrida por una carcajada truncada y escalofriante, por un país que se ríe para maquillar el desamparo. "La expresión España negra es una redundancia", aseguró el también presidente de la Academia de Cine, que ha querido hacer con esta cinta "un exorcismo" con el tan conflictivo tema de la memoria histórca. "Balada triste de trompeta, por un pasado que murió, y que llora y que gime como yo", cantaba Raphael, y sobre esta estrofa se construye el inquietante cine de esta cinta. "Es la película más difícil que he hecho, pero también de la que más orgulloso me siento", sentenció.

Desde la Guerra Civil hasta el asesinato de Carrero Blanco, la cinta cuenta la historia del payaso tonto, encarnado por Carlos Areces, y su llegada a una compañía sometida al agresivo carisma del payaso gracioso, encarnado por Antonio de la Torre, con quien rivalizará además por el amor de una mujer: la trapecista que encarna Carolina Bang. Ya van dos triángulos. El tercero es el del amor, el humor y el horror. "El amor conduce inexorablemente al horror y la única manera de impedirlo es a través del humor", resumió de la Iglesia, quien a su vez considera Balada triste de trompeta parte de una "trilogía de la degradación de las alturas" junto con El día de la bestia y La comunidad.

en el valle de los caídos Como en aquellas, un reconocible monumento español sirve para el clímax, y en esta ocasión es la cruz del Valle de los Caídos. "Un lugar que simboliza un pasado terrible". Y en ella, dos payasos, como las dos Españas, luchan hasta la destrucción mutua. Llena de imaginario nacional de una época que el realizador recuerda como "una alucinación infernal", este filme también es "una reivindicación del espíritu cinematográfico patrio. De Pedro Olea, de Mario Camus, de Furtivos (José Luis Borau)", aseguró. Rodada en nueve semanas y media con un presupuesto de 6 millones de euros, el resultado se estrenará en salas españolas en diciembre. "No sé si es mi película más adulta, pero participa de un sentimiento mío: el de no haber sido nunca un niño", confesó de la Iglesia, que ya contaba con la reacción de estupefacción de los espectadores, pues reconoció que su filme está "desatado" pero era lo más honesto en este momento de su vida. "Una película es mostrarte a ti mismo de una manera violenta", dijo.

Sus competidoras ayer fueron Non credevamo, la mastodóntica recreación de la unificación italiana rodada por Mario Martone y destinada a ser desmembrada en forma de miniserie, y Promises Written in Water, la cinta dirigida por Vincent Gallo.