No obstante, el Panhispánico de Dudas añade que "también se emplea, como adjetivo, para referirse a las patatas fritas al estilo inglés, esto es, cortadas en rodajas muy finas y, especialmente, a las de fabricación industrial".

A esto, en efecto, antes de que desembarcaran en nuestro idioma masivamente los anglicismos, que, por otra parte, lo único que hicieron fue desplazar a otros tantos galicismos, le llamábamos "patatas fritas a la inglesa".

Por supuesto, podemos llamar chip a cualquier rodaja extremadamente fina, y frita a punto crujiente, de otros vegetales, desde el ajo a nuestra propuesta del día de hoy, la berenjena.

La berenjena es un fruto bien conocido, de la familia botánica de las solanáceas. Linneo la bautizó como Solanum melongena. Sabemos que se cultiva desde hace, por lo menos, cuatro milenios, y que parece ser originaria del sudeste asiático.

Como tantos otros productos de la misma procedencia, hizo la ruta hacia Occidente con lentitud, y llegó, en manos árabes, a la España musulmana ya en la Edad Media. De hecho, su nombre español procede del árabe bedinyna. Hay referencias escritas a ella, en textos andalusíes, ya en el siglo XIII, uno antes de que se implantasen, también por los árabes, en Sicilia.

La berenjena está muy presente en la cocina arábigo-andaluza, pero también en la judeo-cristiana. La conciencia de su antigüedad queda clara en la conocida poesía de Baltasar del Alcázar (siglo XVI) cuando alaba las berenjenas con queso y aporta como argumento "su andaluza antigüedad". Las berenjenas formaron parte de la alboronía, un antecedente andalusí de nuestro pisto.

Son parte importante de muy populares recetas en toda la cuenca mediteránea: están en la escalivada catalana, en la caponata siciliana, en la moussaka griega, en la ratatouille provenzal, en el famoso imam bayildi turco... Esta receta tiene su leyenda.

Según los más correctos, la expresión vendría a significar "el imán se desmayó". Parece que cierto experto en la ley coránica contrajo matrimonio con una jovencita que unía a sus encantos naturales el de ser una experta en el arte de freír berenjenas, manjar que en Turquía se conocía y apreciaba tras la caída de Bizancio.

La chica pidió, y obtuvo, como dote doce grandes jarras de aceite, que pensó dedicar a freír las berenjenas que tanto le gustaban a su esposo. Todo iba bien... hasta que, al duodécimo día, la joven informó al imán de que se había agotado el aceite, noticia que impresionó tanto al sabio que se desmayó del susto. Dejemos constancia de que hay otra versión que atribuye el desmayo al intenso placer que la receta proporcionaba al imán.

Y es que las berenjenas tienen sed de aceite. Además, tienen un toque amargo que no gusta a todo el mundo, de manera que es conveniente purgarlas. El sistema más sencillo consiste en cortarlas en rodajas, disponerlas sobre una tabla y espolvorearlas con sal, lo que dará origen a una pérdida de líquidos que incluye las sustancias que dan sabor amargo a nuestra berenjena.

Esto vale, claro, para el caso de que vayamos a usarlas en rodajas... o en chips, que es lo que vamos a hacer.

El procedimiento no puede ser más sencillo: cortadas en láminas finísimas las berenjenas, y convenientemente convencidas de la necesidad de que moderen tanto su amargor natural como su sed de aceite, se secan bien y se pasan por harina. De ahí, a una sartén, o freidora, con abundante aceite, pero abundante de verdad, igual que si los chips fueran de patata.

El aceite, no hay ni que decirlo, ha de ser limpio y estar muy caliente. En cuanto las berenjenas se quedan hechas unos auténticos chips, bien crujientes, sin que lleguen a insinuar una tendencia al color marrón, se retiran, se escurren sobre papel de cocina... y adelante. Una variante puede ser cortar las láminas en dos mitades, en dos medias lunas, y, una vez fritas y secas, regarlas con un hilillo de miel de palma. El contraste, como suele suceder siempre que contrarrestamos algo amargo con algo dulce, resulta muy agradable.

En cualquier caso, ante una bandeja de chips de berenjena en estas condiciones ocurre lo mismo que con las patatas fritas a la inglesa: uno no puede parar de picar, es algo leve, casi etéreo... y, sobre todo, muy rico.

Y, como pueden ver, para preparar este delicioso aperitivo, no es necesario hacer un cursillo de informática. Los chips del diccionario son, quién va a dudarlo a estas alturas, una cosa que forma parte de nuestras vidas, parte que hoy será, seguramente, imprescindible; no parece que pudiéramos vivir sin electrónica o sin informática. Pero esos utilísimos chips... no se comen. Los de berenjena, sí. Y, de momento, no se venden en bolsas.