la habana. El barrio La Víbora es inofensivo, a pesar de que su nombre induce a pensar lo contrario. Uno de los arrabales de la extensa Habana guarda sorpresas que los turistas no llegan a paladear. No hay peligro pero sí veneno, y la pócima que engancha y aturde al visitante se resume en un proyecto comunitario que rezuma amor por el arte. Muraleando surgió el año 2000, de la mano de una docena de entusiastas pintores, y ahora se extiende por quince callejones que sorprenden al visitante por su carácter improvisado y por su colorido.
"Queríamos hacer algo por la comunidad", explica Miguel Martín Martín, artista plástico y vicecoordinador del proyecto. "Teníamos paredes en mal estado, las calles estaban descuidadas, y pensamos hacer algo al respecto. Manuel Díaz Valdés tuvo la idea que hemos ido plasmando durante estos diez años. Comenzamos a restaurar las paredes, llenándolas de murales, y empezamos también a dar talleres de pintura en la calle, a pleno sol. Poco a poco la propia comunidad nos fue exigiendo más y más", ilustra el artista, mientras su compañero, Julio Arbesu Pulido, habla de locuras nada pasajeras: "Los cubanos somos un poco locos, ya tú sabes, pero esta locura ha contagiado a todo el barrio, y ha creado una dinámica de trabajo y de fraternidad. Se pinta, se baila, se aprende... Y un día cada dos meses nos juntamos todos en una gran fiesta. Algunos recitan, otros cantan, hay quien baila, se actúa, y hemos descubierto talentos escondidos entre nosotros. Es una iniciativa maravillosa".
financiación Pero las dificultades pesan tanto como la ilusión que les motiva. "Nos cuesta reunir dinero para pagar la pintura, porque los murales hay que mantenerlos, y eso requiere trabajo y mucha pintura. Nos financiamos con aportaciones individuales y vendiendo nuestra obra particular a los visitantes. De momento el Ayuntamiento nos manda delegaciones, que se quedan sorprendidas con lo que hemos hecho, y así vamos tirando", recalca Martín.
Muraleando ha obtenido premios importantes a nivel provincial y nacional, y una vez al año (en abril) invitan a artistas extranjeros que dejan allí su impronta. "Ellos vienen encantados, y nosotros nos comprometemos a restaurar la obra cada cierto tiempo. Esto es un museo al aire libre, y nosotros trabajamos a corazón abierto", subraya Arbesu, sin poder disimular su satisfacción.