EN el negocio televisivo no se andan con chiquitas. Cada nueva propuesta de producción pasa la prueba inmediata del algodón: la nítida respuesta de la audiencia a su primigenia emisión. Los números tienen que responder a la primera y en cualquier caso, estar por encima de la media establecida para día, franja u hora con su correspondiente cuota. Las cadenas trabajan contra resultados y estos marcan el destino del producto, presentadores y colaboradores.
Dados los costes de producción no hay lugar para dudas, pruebas o esperanzas de mejora para mañana. En televisión o la clavas a la primera o tienes los días contados para pasar por la cola del Inem. Este principio de efectos fulminantes para los fracasos en la pequeñas pantalla, que se decía años atrás, rige con especial dureza para los estrenos de producciones en un mercado de elevada competitividad.
Los novatos en las parrillas de programación sólo tienen una bala para dar en la diana. O lo consiguen en un par de telediarios o pasan a engrosar las copiosas listas de fracasos televisivos, como acaban de comprobar los integrantes del equipo del magacín de actualidad vespertino de Cuatro, Lo que diga la Rubia, que no han podido durar más de una semana en antena por su escasa respuesta de audiencia.
Sospecho que la siempre sonriente Luján Argüelles, Eugeni Alemany, Lorena Castell y Santi Rodríguez habrán tenido un deplorable fin de semana carnavalero, expulsados del cotarro mediático sin poder trenzar media docena de programas con tino. Es como en el caso de la navegación aérea, el comandante siente si el avión puede despegar o no. Lo de la Rubia no tenía ni pulso, ni impulso, ni fuerza, ni gracia para alcanzar velocidad de crucero y con buen criterio la cadena ha abortado el despegue, porque la posibilidad de estrellarse sobrevolaba el plató. Fulminante expulsión del paraíso televisivo. Otra vez será.