los señores de arruga en rostro aseguran que cuando mejor se escucha la txalaparta es en la noche, y rememoran la luna llena y el golpe seco, ttakun!, madera contra madera. Una vieja astilla ha sobrevolado el mundo, como máquina del tiempo, desde las manos curtidas de los primeros txalapartaris hasta la curiosidad incesante de Juan Mari Beltrán: el músico investiga lo que se esconde detrás de ese trocito de madera metafórico.
En su punto de mira, los años en que un grupo de gente inquieta recuperó este instrumento musical que había permanecido en el olvido durante la primera mitad del siglo XX. Jorge Oteiza. Nestor Basterretxea. Ez Dok Amairu. Imanol Olaizola. El contraste entre las primeras imágenes de txalaparta y los espectáculos actuales que aúnan música, danza, versos y proyecciones resulta tan contundente como el golpe seco de la makila sobre la tabla de aliso. "La txalaparta adquiere distintos significados con el paso del tiempo, pero el cambio sustancial se dio en el siglo XX, cuando pasó de ser un instrumento baserritarra a ser kaletarra", explica Juan Mari Beltrán, autor del disco-libro-DVD Txalaparta, un proyecto de Syntorama y la editorial Nerea que se publicará en diciembre.
Ninguna teoría sobre su origen sucumbe al paso del tiempo: tambores de guerra, trotar de caballos, réplica del sonido de los latidos del corazón. Sin embargo, el investigador ha buscado indicios que le permitieran realizar un estudio serio.
Los primeros documentos en los que se alude a este instrumento musical remiten al siglo XVII, al libro de cuentas del ayuntamiento de Oiarzun, en el que se describen los toques y las características de la txalaparta, aunque el nacimiento del instrumento es anterior.
En 1882, el político vasco Aguirre Miramón escribe sobre txalaparta y la describe como una tradición antigua presente en Gipuzkoa. "No sabemos cuándo nació, pero sabemos que en otros países del mundo se daban toques parecidos, y que esos toques estaban presentes en la celebración de las bodas romanas", apunta Beltrán, que prefiere pisar firme antes que ofrecer teorías poco fundadas.
Para el investigador, la txalaparta es sinónimo de juego sonoro. "Escuchar a grandes compositores como Beethoven resulta muy complejo y permite descubrir el virtuosismo a la hora de combinar los sonidos y el tiempo, pero hay formas mucho más simples en las que aparecen indicios musicales interesantes". Como el sonido que produce el trabajo de los aizkolaris cuando golpean con sus hachas, la palpitación del martillo al afilar la guadaña, el sonido mezcla de metal y piedra producido por los canteros trabajando la piedra o el repiqueteo del martillo del herrero trabajando en el yunque.
El misterio que rodea a este instrumento sencillo, compuesto por dos soportes sobre los que descansan uno o varios tablones, embauca hoy a músicos, compositores y aficionados, pero la historia de su recuperación no da lugar a dudas: tiene que ver con una generación de artistas que puso todo su empeño en darlo a conocer.
"Fue un grupo de gente como Imanol Olaizola, que recordaba haber visto de pequeño una txalaparta en 1930, porque su padre José era compositor de música, gente que asegura que en aquellos años apenas se valoraba", documenta Beltrán. De hecho, compositores tan importantes como Azkue o Aita Donostia apenas la tuvieron en cuenta en sus partituras y trabajos documentales.
"Pelotari"
Primeras imágenes filmadas
Los testimonios de Nestor Basterretxea, los Zuaznabar o Simon Goikoetxea permiten adentrarse en aquellos años de acercamiento a la txalaparta, en aquel día en que Oteiza recriminó a Olaizola que no le hubiera invitado a la primera fiesta organizada alrededor de los tablones de madera. En 1964, Nestor Basterretxea y Larrukert filmaron por vez primera a varios txalapartaris tocando, imágenes que se utilizarían después en la película Pelotari.
En pocos años se pasó del juego sonoro que en otro tiempo amenizaba la jornada laboral a la búsqueda de la música por amor a la música: los nuevos txalapartaris golpean en alternancia e investigan las posibilidades de un instrumento que cada día se hace más sofisticado. "La magia de la txalaparta atrapó a todo el mundo, desde los sectores más tradicionales y folclóricos hasta las tendencias más vanguardistas", cuenta Beltrán.
Dos décadas después surgieron las escuelas estables de txalaparta, la pionera de Hernani y la de Sestao, que hoy continúan dando clase a alumnos de todas las edades. A lo largo de estos años, los txalapartaris profesionales han acumulado un repertorio rítmico y de toques que permite tener un archivo documental sobre el instrumento.
Hoy, la txalaparta significa cosas muy distintas. "En algunos lugares se puede utilizar para remarcar lo diferentes o innovadores que somos, o puede adquirir connotaciones políticas", afirma el investigador. Su disco Txalaparta, en el que participan, Ander Barrenetxea, Ixiar Jauregi y Aitor Beltrán recupera los viejos sonidos, los de las toberas, las palancas o los antiguos toques de kirikoteka, y muestra también los más vanguardistas.
"La txalaparta vive un momento muy interesante. Aunque sea un instrumento muy minoritario está muy vivo. Cualquiera que hable de nueva producción en la música vasca se ve obligado a mencionarla", explica Beltrán. Para él, que lleva enamorado del instrumento desde la década de los 60, no existe una mirada única: "La txalaparta la utilizaremos para lo que nos sirva y esa será la única forma de que siga viva".
Txalapartaris.