La monarca Isabel II, como buena reina del Reino Unido, tiene sus manías. Y más cuando se aproxima la Navidad. Según afirman las largas lenguas palaciegas, es ella misma quien se encarga día a día de su personal look y solo admite ponerse en manos de una estilista profesional un día al año, concretamente el de Navidad. ¿El objetivo? Lucir un outfit radiante durante su discurso ante toda la ciudadanía de la Commonwealth, pues desde el año 2012 su mensaje se retransmite en directo, en 3D y en alta definición a más de 50 países. Tras la hora del almuerzo, en Buckingham Palace también se tira de protocolo, pues su majestad termina su comida siempre con queso y un tallo de apio. Bebe té Derjeeling, por la mañana y Earl Grey en la merienda. Y como buena muestra de flema inglesa, todo se para religiosamente cada día a las 17.00 horas de la tarde.
Eso sí, cuando viaja al extranjero y las costumbres autóctonas le impiden practicar sus rutinas, se lleva para compensar sus propias salsas y también agua embotellada Malvern, para evitar intoxicaciones. Incluso el hielo de sus bebidas está elaborado en exclusiva con esta misma marca de H2O. Por ello, cuando le proponen un brindis, tan solo finge tomar un pequeño sorbito, pero en realidad no se moja ni los labios.
Por cierto, nunca, jamás, ni ante el comentario más inadecuado, desaprueba a nadie en público. ¡Qué ordinariez! El único modo de saber cuándo la reina está en desacuerdo es cuando replica, con semblante serio, el vocablo fascinante. De hecho, se trata de una expresión que emplea muy a menudo, y en tonos diversos. Cuenta la leyenda que el antiguo líder del Partido Laborista Neil Kinnock en una ocasión la escuchó de cinco maneras distintas en una sola tarde. Aunque menos son incluso las llamadas que recibe al día la reina en su móvil personal. Quien piense que se pega media jornada hablando por teléfono se equivoca, pues desde hace años solo coge el teléfono a su hija Ana y a John Warren, su asesor de carreras de caballos pura sangre. ¡Palabra de Windsor!