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Mamitis crónica

Elena Zudaire

Sensei

fui ungida por la suerte en el sorteo de actividades de los centros cívicos del presente curso no sólo por una plaza en mi adorada y temprana clase de aquagym, sino por otra en materia de estiramientos en la que espero poder repetir. Para mí supone un gran momento de relax y salud, al que llego día sí y día también a la carrera, siendo mi vida este huracán. Pero es cruzar la puerta del gimnasio y verme envuelta por una sorpresiva oleada de paz que parece generarse por sí sola, porque las alumnas no es que hagan nada en especial para conseguirla. Simplemente está ahí. Es llegar con el flequillo de punta y notar cómo mi trote se calma hasta colocarme en la esterilla. Magia pura. Siempre me pongo al lado de mi compañero favorito, un hombre de 80 años que sólo se ausenta cuando está de viaje con sus amigos y que nunca pierde la sonrisa. Y, a lo largo de estos meses, me ha ido regalando pinceladas de su vida con las que yo, fantasiosa, me he construido una imagen suya del todo maravillosa. A veces me suele dar consejos sin invadirme; yo creo que me ve tan acelerada que la experiencia habla en su nombre. “Lo importante en esta vida es la salud y estar feliz, que no ser, porque eso no se puede todo el rato, por mucho que nos lo repitan”. “Observa ese agobio como un invitado a tu casa, charla con él, no le eches a la primera, que igual sí tiene algo importante que decirte, pero acuérdate de que puedes decidir cuándo debe marcharse”. El otro día me contaba sobre su grupo de meditación y sobre la formación de Reiki que hizo con varias profesionales sanitarias. Y yo pienso en que nació en el año 1945 y alucino en colores. Es como un sensei. Le digo que de mayor quiero ser como él y me dice riendo “ay chiquita, no te hace falta; con esa energía que tienes, te vas a comer el mundo, ahora y dentro de 30 años”. Y yo me vuelvo a mi maratón con el corazón súper contento.