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Boteprontoan

Karmele Jaio

Infinito

Comienzo a ordenar armarios. Lo hago cuando siento que mi vida comienza a desordenarse. Ver las camisas y pantalones ordenados me da paz mental. Y, de repente, veo al fondo, tras las camisetas de mi hijo, dos caras conocidas: Woody y Buzz Lightyear, los dos muñecos con los que más ha jugado en su niñez. No recuerdo haberlos guardado allí, como quien guarda un secreto. Me quedo mirándolos y recuerdo a Julen en su habitación, en su mundo de niño, gritando con Buzz en la mano: “Hasta el infinito y más allá”. Eran muñecos interactivos y hablaban solo con apretar un botón: “Soy Buzz Lighyear, guardián espacial, no te acerques o te achicharro con mi láser”. Siempre fueron sus preferidos.

Hoy mi hijo tiene 18 años y el próximo viernes se gradúa. Encontrarme esos muñecos justamente cuando finaliza una etapa y comienza otra me ha tocado, y he sentido el vacío que producen las pérdidas. Woody y Buzz me han recordado un tiempo que se fue: el de llevar a mi hijo de la mano, el de lavarlo con una esponja en la bañera, el de dormir juntos en las noches en las que tenía pesadillas, el de enseñarle a atarse las zapatillas, el de montarme junto a él (y marearme) en el carrusel para que no se cayera del caballito… He recordado ese tiempo en el que mi hijo era físicamente un apéndice más de cuerpo.

Intento ahora repasar mentalmente estos años de crecimiento que han pasado a la velocidad del rayo, como diría Buzz, y me viene a la mente todo lo que mi hijo ha ganado en este tiempo: amistades incondicionales, conocimiento, autonomía, experiencia… Mientras intento enumerar lo aprendido, mi dedo se acerca a uno de los botones de Buzz Lightyear y lo pulsa. Y, de repente, se produce el milagro: “Soy Buzz Lightyear, guardián espacial”. Buzz me habla. Las pilas, milagrosamente, no se han agotado. Y pienso que es una señal. Él ya es un hombre, pero el niño, dentro de mi armario, seguirá siempre vivo. Hasta el infinito y más allá.