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Boteprontoan

Karmele Jaio

Esas personas

en un mundo lleno de injusticias, de dolor, de guerras y desigualdades; en un mundo en el que el individualismo, la competitividad y el egoísmo parecen manejar el volante; en un mundo que nos muestra tantas veces su lado más sucio… a veces tenemos la suerte de encontrarnos personas que se enfrentan a esa inercia suicida. Como una flor que nace en una montaña de basura, a veces aparecen en nuestra vida personas que permiten que salgamos del pesimismo antropológico al que nos conduce esta sociedad y volvamos a creer en el ser humano. Algunas personas dicen que no son pesimistas, sino optimistas informados. Aseguran que una vez que eres consciente de las injusticias, no puedes volver a ser optimista. Pero he tenido la suerte de conocer personas que me han hecho creer que el pesimismo es también una forma de ceguera. Porque lo malo tiene la capacidad de mancharlo todo, de ocultar todo lo bueno, como una mancha de café en un mantel nos impide apreciar sus bellos estampados. No me quiero rendir a la ceguera, porque he tenido la suerte de tener muy cerca cada día a personas que me han dado lecciones de empatía, que han hecho de mis problemas los suyos, que me han ofrecido siempre su mano abierta, sin pedir nada a cambio. En un mundo competitivo en el que nos enseñan que nuestra misión es conseguir subir a lo más alto de una montaña para brillar, hay quien aún resiste y dice que no, que lo importante no es subir una montaña, sino cavar un agujero en la tierra. Porque una vez creado ese espacio, el agua filtra poco a poco y, con el tiempo, se crea un pozo lleno de vida. Estas personas crean espacios comunes, burbujas de bien, en los que las personas se encuentran, donde las personas se unen, donde las personas ríen y lloran juntas. Tengo la suerte de tener cerca personas así. Y quiero que sigan a mi lado. Porque son imprescindibles para no caer en la ceguera y resbalar al abismo.