El verano que se acaba nos ha dado grandes momentos en este imparable avance que es el crecimiento de nuestras criaturas. Este año ha supuesto el descubrimiento del sistema capitalista, de la oferta y la demanda y del proceloso mundo del trabajo remunerado. Antes de que os echéis las manos a la cabeza, adelantaré que la cosa comenzó de forma muy inocente y que, al ser padres primerizos, la iniciativa se nos fue un poco de las manos.

Contextualizaré el asunto con el dato de que mis hijas estuvieron el curso pasado enterito erre que erre con montar un mercadillo que les diera dinerito para invertir en chuches o cartas Pokémon. Nuestra negativa a emplear parné contante y sonante recibió duras críticas por su parte, así como discusiones, llantos y rechinar de dientes. Era difícil explicarles que eran demasiado pequeñas como para manejar cash, cuando el tema del dinero está en boca de las adultas a diario y, como tontas no son, ya saben que, queriéndolo o no, le damos más importancia de la que luego queremos hacerles creer.

Así que en nuestro camping vacacional nuestras hijas nos pidieron un kit para hacer pulseritas de goma y, un buen día, motu propio, se fueron a vender la producción parcela por parcela y bungalow por bungalow. Cuando volvimos a recordarles que la transacción no podía suponer dinero alguno, les propusimos ante su frustración que pidieran la voluntad, creyendo inocentes (nosotras) que las potenciales compradoras cambiarían las pulseras por una pegatina o una bolsa de chaskis.

Pero hete aquí que, cuando volvieron alegres y pizpiretas una noche después de su ronda, soltaron sobre la mesa de teka de la terraza vacacional 20 eurazos como 20 soles, dejándonos patidifusas y sin argumentos. Porque ellas se ciñeron a nuestra consigna de la voluntad, pero el mundo adulto no tuvo otra respuesta a su iniciativa emprendedora que el puñetero dinero.