La penosa reacción con la que algunas formaciones políticas han afrontado el ya llamado caso Monedero retrata lo lejos que estamos de afrontar este problema como lo que es: una lacra transversal y pandémica. La líder de Podemos ha hecho dos cosas lamentables. Primero, pretender que proteger a las víctimas les impidió explicar a la ciudadanía que bajaron del escenario a uno de sus fundadores por acosador. Después, mencionar el caso Errejón profundizando en la dinámica del y tú más que usan los malos políticos para justificar lo injustificable. Un progresismo que certifica que la marca, para algunos, es más importante que el producto. Así, por no escuchar lo obvio para poder firmar en exclusiva, se pusieron en riesgo consensos muy valiosos y avances que contiene la ley del solo sí es sí.

El PP a través del inefable alcalde de Madrid ha realizado un repaso igualmente penoso de los casos de los otros utilizando la misma línea de defensa que la señora Belarra. Una estrategia que evoca los muchos fantasmas en el armario que tienen los genoveses. Vox, en la misma línea, ha subrayado las contradicciones entre lo que dicen y hacen los podemitas eludiendo cualquier crítica al acto de acosar.

Identificar, reconocer y eliminar los prejuicios que animan el machismo requiere, para empezar, un compromiso personal exigente y sincero para reconocer y erradicar nuestros prejuicios. El liderazgo institucional que puede animarlo es imposible desde estas posiciones.

Seguir así ni evitará nuevos casos de acoso ni ayudará a erradicar los estereotipos que están en el origen de la violencia contra las mujeres. Esos que convierten en líder de audiencia y suculento negocio esperpentos como La Isla de las tentaciones.