La Unión Europea (UE) tras el Informe Draghi está culminando un nuevo Plan para la Prosperidad y la Competitividad sostenibles en Europa. El primer exponente de este plan es la reflexión contenida en La Brújula de la Competitividad que, basada en el mencionado Informe Draghi, orienta el enfoque del nuevo documento.
Son siete son los objetivos a largo plazo sugeridos en la Brújula de la Competitividad de la UE: Facilitar los negocios para favorecer el crecimiento económico; realizar un pacto industrial limpio para apoyar a las industrias competitivas de la UE; impulsar una economía más circular y resiliente; impulsar la productividad con la conveniente difusión de la tecnología digital y potenciar la investigación y la innovación.
Asimismo, recoge animar y realizar de manera eficaz las inversiones relacionadas con la aceleración de las transiciones ecológica, digital y social; y, por último, subsanar las brechas existentes en materia de capacidades, dentro del colectivo laboral. No se indica qué política económica será la prioritaria para lograrlos.
El análisis del documento de la Brújula de la Competitividad ha estado complementado por dos bloques de planteamientos, cuyo análisis comparativo me ha provocado una serie de reflexiones. La primera está sustentada en la lectura del libro Futuro: Otro capitalismo tiene que ser posible, en el que se recogen las reflexiones de varios economistas de prestigio académico. Entre ellos, el premio Nobel, Joseph E. Stiglitz; la predictora de la crisis financiera de la zona euro en su obra El Estado, el Mercado y el Euro del año 2003, Stephanie Kelton, o la conocida economista académica desarrolladora del concepto del “estado emprendedor”, en el año 2013, Mariana Mazzucato.
En el libro Futuro: Otro capitalismo tiene que ser posible, que es un conjunto de colaboraciones totalmente profesionales, –es decir, sin sesgos ideológicos, aunque a algunos esto les extrañe–, plantean una crítica en profundidad al modelo económico neoclásico (neoliberal), indicando las debilidades del mismo que se concretan en una presencia excesiva de la visión cortoplacista, presente en los proyectos de inversión reales, el estancamiento del crecimiento económico global, y el aumento inadecuado, en términos de equidad social, de las desigualdades en los países y en el mundo.
Por otra parte, los autores sugieren un enfoque insuficientemente aceptado y analizado, todavía, por el mundo académico, sobre dos ejes Primero, la consideración del Estado, es decir, del sector público, como un actor económico relevante, más allá de la redistribución de la riqueza y la renta, y de la corrección de los fallos del mercado. Como segundo eje plantean la consideración de la superioridad de la política fiscal sobre la monetaria, a la hora de inducir e impulsar el crecimiento y desarrollo a medio y largo plazo. Todo lo dicho, con el envoltorio de la colaboración público/privada, sin suplantaciones ni sustituciones bidireccionales.
La segunda reflexión se sitúa en la actualidad geopolítica, que podemos definir como de transformación y evolución, la duda está en si son a mejor o a peor. Habitualmente, la complejidad del momento se analiza y mide mediante la referencia y cuantificación de las variables económicas, olvidando la incidencia que las mismas tienen en los planos cultural, sociológico, político y administrativo. Una visión sólo económica centrada en el coste de las medidas que se implementan y los beneficios, exclusivamente económicos, derivados de las mismas, comparados, es insuficiente, a mi juicio. La tesis teórica que impregna el libro mencionado Futuro; Otro capitalismo tiene que ser posible puede sintetizarse indicando que propugna un incremento de la renta y riqueza de un país a medio plazo, a través del aumento de la importancia, eficiencia, atención, progresividad y gestión óptima de la política fiscal.
Haciendo una sucinta referencia a los documentos elaborados por la UE, contemplamos como el incremento de renta y riqueza se conecta unívocamente a las consecuencias derivadas del esfuerzo necesario e imprescindible destinado a incrementar la competitividad, sin ninguna referencia a la conveniente utilización de una política fiscal, al menos, coordinada. Una circunstancia que nada tiene que ver con la permanente presencia en los medios de comunicación, generales y especializados, de las medidas que el Banco Central Europeo (BCE) toma respecto al tipo de interés (el euríbor). Pura política económica monetaria.
Fijémonos ahora en el bloque reflexivo y mediático de la actualidad, que está marcado por llegada a la Casa Blanca para un segundo mandato de Trump. Algo increíble, desde la óptica europea, aunque lo que me interesa resaltar en este momento es la reacción europea oficial a las bravatas del dirigente norteamericano.
Dicha reacción me resulta algo débil y reactiva. Por un lado, tenemos las iniciales manifestaciones escuetas de la presidenta de la Comisión Europea (CE), Úrsula Von der Leyen, en el sentido de esperar a ver qué hacen los EEUU respecto a la UE para negociar y reaccionar según convenga, seguidas estos días por un posicionamiento más contundente y de contenido económico, respecto a los aranceles y de contenido geopolítico, en relación a la postura compartida por Trump y el presidente de Rusia, Vladimir Putin, sobre un posible escenario de paz en la guerra de Ucrania.
Frente a ello, las declaraciones, también iniciales, del presidente de Francia, Enmanuel Macron, que reutiliza la política vieja de los dos pilares: Alemania y Francia. Y aunque estos dos países no pasen por su mejor momento, ha hecho un llamamiento a una actuación sólida entre los dos. ¿Acaso olvida, o lo que es peor, menosprecia al resto de los 27 y a otras entidades institucionales no estatales?
La transformación y evolución geopolíticas a nivel mundial en curso, requiere una sola voz de la UE, un método y un modelo económico, comunes. En caso contrario, la UE “no será”, y, en mi opinión, y con la información con la que se cuenta, para que “sea” se requiere una serie de actuaciones estructurales del tenor de:
- Consolidación de una política fiscal única. Ello es posible jurídicamente y políticamente deseable, comenzando para ello, con los países que quieran hacerlo, no necesariamente los 27, y según la metodología propuesta en el libro Pour un traité de democratisation de L’Europe.
- Consolidación de una política de seguridad única. Incluye, obviamente, la inmigración y la defensa.
- Consolidación de una Estrategia de Política Industrial Única, ecléctica y equilibrada territorialmente.
Dicho de otra manera, se precisa el diseño, aceptación y desarrollo de un modelo económico, político y social, evolucionado y diferente, que respete verdaderamente al individuo y a los grupos y colectivos generados voluntariamente, todo ello con la colaboración, –que no contraposición–, público/privada, necesaria e imprescindible. Simplemente si queremos “ser”, al margen de los visionarios que pretenden subyugar al resto del mundo bajo su prepotencia y petulancia, por mucho dinero que tengan.
En resumen, cuánto se echan en falta reflexiones que vayan estructurando un modelo económico y social, en evolución y perfeccionamiento permanente, de aceptación compartida global, –desde la Segunda Guerra Mundial, lo ha habido–, donde el largo plazo, la escucha al mundo académico y científico sea lo habitual, y todo ello con destino hacia la estación llamada justicia y bienestar social, dejando en un espacio marginal las ocurrencias.
Economista