Hace unos días falleció Marianne Faithfull y a la Historia de la Música se le cayeron muchas lágrimas. Cuando me preguntan en qué época me hubiera gustado vivir o a quién me hubiera gustado conocer nunca sé qué contestar, pero sí sé que conocerle a ella me hubiera gustado mucho. No tuvo que ser fácil tener una carrera musical, cinematográfica y teatral en un mundo dominado por los hombres. No tuvo que ser fácil que la tomaran en serio. Han pasado décadas de aquellos años y, leyendo sus obituarios, me doy cuenta de que las cosas han cambiado bien poco. La mayoría pasan de puntillas sobre qué supuso Marianne y mujeres como ella en el panorama musical, qué contaba su voz, melosa y dulce al principio, lánguida después conforme la vida la vapuleó. Sin embargo, casi todos recuerdan que su éxito fue gracias al tema que compusieron para ella Mick Jagger y Keith Richards y añaden que fue amante de ambos, por si quedaban dudas. También destacan esas crónicas sus escándalos, Marianne saliendo con la mirada perdida de los juzgados de un sonado juicio por drogas, Marianne arrestada en mitad de una fiesta, desnuda y cubierta con una manta, quién sabe qué pasó en aquella casa… Yo llegué tarde a conocerla y creo que fue una mujer de personalidad arrolladora que sufrió demasiados daños colaterales que la llevaron a la indigencia y que, sin embargo, resurgió como el Ave Fénix y continuó su camino en la música, el teatro y el cine. Marianne me enamoró en Irina Palm, con una edad en la que hoy en día muchas actrices comienzan a engrosar las listas del paro o del mundo de las parias. Pero lo que yo crea da igual. Porque siempre seremos las que tentamos a morder la manzana y la Historia escrita por los hombres siempre nos menospreciará de un modo u otro. Siempre seremos las que no merecieron el éxito por su talento. Y la culpa de todo siempre la tendrá Yoko Ono.