Al hilo del anuncio de D. Sánchez de dedicar este año 100 actos a celebrar que patascortas cascó, lo primero que se me ocurre es que si a todos ellos asiste el global del gobierno, este año ni presupuestos ni siquiera decretillos, todos de aquí para allá recordándose que D. Franco murió.

También ha venido a mis meninges el recuerdo de aquellas concentraciones para protestar por secuestros y atentados de ETA, lazo azul incluido, en los que, lo mismo que nos juntábamos algunos para mostrar desacuerdo, los contrarios se ponían siempre enfrente en un intento de mostrarnos que estaban, además de reforzarse en su pensamiento. Y es que, independientemente de mi buenista duda por celebrar la muerte de alguien por cabrón que sea, pienso que tal conmemoración pueda poner enfrente a gente, que la hay, dispuesta a mostrarse y reforzarse. En ambos casos no hay duda de quienes son los demócratas y lo que tienen que hacer, pero los contrarios allí se plantan, amedrentan y se miran encantados de estar.

Si pensamos un poco, la democracia no empezó con la muerte de Franco, que era como un chorongo de los que, tras un aprieto, te ves abocado a depositar en algún monte o prado, debajo del cual no crece nada, salvo bacterias y moscas que viven de la mierda hasta que, una vez digerida, vuelva a surgir la naturaleza, a no ser que la caca persista. Y es que su muerte no acabó con la dictadura, de hecho, la jefatura de Estado, que hoy se mantiene, es la que nos dejó como herencia, el 3 de Marzo de Gasteiz se produjo un año después y el poder judicial siguió siendo el mismo, pareciendo que el actual es de herederos directos de los jueces de aquel dictador, que se murió sin terminar de pudrirse, y las moscas ahí siguen.

Si se trata de enseñar a las nuevas generaciones lo mala que es una dictadura, mejor que actos de encorbatados en salones, merecería una buena comunicación en redes sociales, que es donde se informa la nueva ciudadanía. Y así tendrán tiempo los ministros para hacer unos presupuestos.