Los fondos Next Generation se presentaron como la solución mágica para nuestra economía. Sin embargo, la realidad nos obliga a ajustar expectativas. Que nadie infiera de estas líneas que estoy en contra de la inversión europea, pero la gestión de esta oportunidad histórica está dejando mucho que desear.
Mientras los portavoces gubernamentales no cesan de alabar estos fondos, nuestra productividad crece a un desalentador 0,5% anual, muy lejos de lo necesario para una verdadera modernización económica.
Los datos recientes confirman que seguimos anclados en sectores tradicionales, con escaso avance en áreas innovadoras. Me desconcierta el optimismo con que se presentan estos resultados, es como si celebráramos mantenernos en el mismo lugar mientras otros avanzan.
Percibo cierta complacencia, especialmente en digitalización y energías renovables. Aunque impulsar estos sectores es acertado, no es la panacea para todos nuestros problemas estructurales.
Es imperativo actuar con decisión. Debemos simplificar trámites, priorizar proyectos con impacto real y fomentar una colaboración público-privada más efectiva. De lo contrario, corremos el riesgo de desperdiciar estos fondos en burocracia improductiva.
Europa espera resultados tangibles de esta inversión sin precedentes. No podemos perder más tiempo ni desaprovechar esta oportunidad. Necesitamos pasar de las palabras a los hechos para que estos fondos impulsen significativamente nuestra economía.
En definitiva, el reto es transformar las promesas en productividad real. Solo así lograremos el salto cualitativo que nuestra economía necesita y que Europa espera. Es hora de ponernos las pilas y demostrar que podemos usar estos fondos de manera eficiente y efectiva. El tren de la productividad está en marcha, y no podemos permitirnos quedarnos en el andén.