Desde la experiencia del telespectador y el lugar donde vive, hay cuatro clases de televisiones: lejanísima, lejana, cercana y cercanísima. La primera son los canales globales, de influencia mundial; la segunda es la tele estatal, uniformadora; la tercera son los canales autonómicos, defensores de una identidad y, por último, la más próxima es la tele local, de tu barrio y tu pueblo. Lo que en realidad las distingue es la información y la cultura, empezando por el idioma. ¿A quién le interesa si llueve en Cincinnati? En lo demás todas son homologables. La España cainita se cierra al bipartidismo Broncano o Motos (algo así como Sánchez vs. Feijóo), pero Euskadi se abre a su diversidad. Tenemos en Araba, Bizkaia, Gipuzkoa y Nafarroa unos 20 canales locales. Nacieron en autodefensa de las raíces frente a los grandes tinglados. No pocas murieron en el camino porque había más idealismo que recursos, más aventura que certezas. Las que quedan son supervivientes, proyectos heroicos y escuelas básicas de periodistas. Un referente es Yolanda Alicia González, fallecida el pasado año, impulsora de Tele7 al servicio de la margen izquierda del Nervión. Admirable Yolanda, al igual que tantos que siguen en activo, como Joseba Solozábal, querido compañero de pupitre en Leioa. Las teles locales hacen encaje de bolillos. Dependen de ayuntamientos con los que trenzan convenios, hacen publicidad del pequeño comercio, apoyan a clubes e iniciativas del pueblo, emiten teletienda y hasta recurrieron al porno. Las hemos visto cámara al hombro en nuestras fiestas, inagotables. ¿Qué haríamos sin ellas? En su épica me recuerdan la historia de las revistas literarias, la radio clandestina y los movimientos vecinales. Son imprescindibles, amigas y testigos de lo más cercano. ¡Viven!