Así lo veo yo, nacionalista vasco que estima y cree que Euskadi es su nación y patria. Así lo veo creyendo que a los vascos/as nos corresponde pactando, negociando y acordando sin aceptar ni imponer nuestro derecho a escribir y dibujar nuestro presente y futuro. Así lo veo como vasco y abertzale. Que nadie se engañe. Pero una cosa no quita la otra. Lo cortés no impide ser valiente. Ni lo valiente impide ser cortés. Quien me conoce lo sabe. Opino y hablo con el criterio que tengo, guste más o no tanto. Lo vi en directo en televisión. Hablo de Carles Puigdemont, profeta y mártir, designado y mesías, que cruza fronteras, desfila, saluda, carreritas cortas, pontifica a la patria, a la verdad única, a los suyos/as y se va, de nuevo, desconozco si en otro maletero o no. Todo ello en directo. Y posteriormente arremete contra todos/as: España, partidos políticos, jueces, y sobre todo ERC y (vergüenza y oprobio inexplicable) ridiculiza y embiste contra su propia policía, los Mossos. Bien. Pero Salvador Illa, presidente de la Generalitat. Nuevos tiempos. Cambio de ciclo. PSC al timón de mando con el apoyo de ERC y Comuns.

Y, en el otro espectro del abanico, el PP y su hermano pequeño Vox estallan una vez más contra el presidente del gobierno Pedro Sánchez, sus socios de gobierno y los partidos que lo sostienen. Hablan sus portavoces varios de humillaciones, vergüenzas, connivencias con el huido, peticiones de dimisiones, inoperancias, pactos inconfesables, Españas que se rompen una y otra vez, traiciones históricas, ocupas e ilegítimos por doquier. Argumentarios de saloncito para sacar pechito y ocupar minutitos. Ley de amnistía y jueces patriotas que hacen de su capa un sayo. Jueces que, a su manera, salvan a España y su unidad, estrellas que se creen imbuidos por designación prehistórica en el destino de la España imperial y eterna.

De aquellos polvos estos lodos. Nada es casualidad. Siempre he creído oportuno mirar por el retrovisor de la historia política. Volvamos, pues, al retrovisor catalán. El Presidente Zapatero, en su tiempo, no fue todo lo valiente que pudiera haberlo sido y no pudo, o no quiso, o lo más probable es que fuese una mezcla de las dos posibilidades, cumplir la promesa que le hizo a Pascual Maragall, en campaña electoral en Barcelona, de respetar lo acordado por el Parlament de Cataluña. No cumplió lo prometido a pesar de haber logrado el nuevo Estatut un 30 de septiembre de 2005 el sí de una abrumadora adhesión, el apoyo del 90% del Parlament. Zapatero no fue fiel a la palabra dada, quizás debido a que, en ese momento, no pasaba por su cabeza la posibilidad de ganar las elecciones generales. Incumplimiento de la palabra dada a una decisión adoptada legítima, libre, masiva y democráticamente por el Parlament. Un Estatut que suponía un claro avance con respecto al del 1979. La gracieta de Alfonso Guerra se cumplió: el texto fue cepillado en el Congreso de los diputados de Madrid y lo resultante no fue lo aprobado por el, repito, 90% del Parlament catalán, pero el texto seguía siendo satisfactorio y suponía un sustancioso avance. En definitiva era innegable que el nuevo Estatut era útil y provechoso. Un 18 de junio, los catalanes dieron el visto bueno en referéndum al nuevo Estatut con casi un 74% de los votos. Impecable cronología constitucional. “Seny” puesto a prueba, zarandeado pero victorioso. El nuevo Estatut llegó a ser Ley Orgánica y todo podría haber terminado así. Pero no.

Pero, a pesar del mencionado cepillado en el Congreso, muchos artículos continuaban siendo inasumibles para un PP que entendiendo que España se rompía y cometiendo un tremendo error político. El 31 de julio de 2006 recurrió un centenar de sus artículos ante el Tribunal Constitucional (TC). El TC se enfrentó así a una de las decisiones más trascendentes de su trayectoria.

El TC se encontró en un cruce de vías judicial que iba muchísimo más allá de la anécdota; se trataba de dictaminar sobre la relación entre Catalunya y el Estado y que afectaba al modelo territorial de España. Es preciso insistir en que, tanto las instituciones como los partidos catalanes, cumplieron escrupulosamente con las reglas de juego existentes y necesario subrayar que a pesar de esta impecable cronología constitucional, el PP había decidido oponerse desde los mismos comienzos: se desmarcó en el trámite parlamentario, votó en contra en el referéndum y culminó su torpeza presentando recurso al TC. Estaba en juego el espíritu del 77 que hizo posible la Transición. Pero el TC anuló catorce artículos y cuestionó treinta. Ello supuso romper las reglas de juego, humillar emocionalmente a Cataluña, manosear el “seny y el pactisme”, romper el consenso constitucional y cancelar un posible proyecto global de España impidiendo el encaje amable de Cataluña. El PP erró ante la historia y la política generando perversas derivadas, el mal político cristalizó cuando el TC enmendó la plana a un mandato aprobado por un 90% del Parlament, ratificado en el Congreso y Senado y reforzado por el plebiscito del referéndum.

Todo lo ocurrido posteriormente es bien y largamente conocido y discutido: el tobogán de acontecimientos, el carrusel de desaciertos, la nula conciencia sobre el principio de realidad de unos y otros. Podemos desarrollar coloquios interminables sobre la judicialización de la política y la politización de la Justicia, la malversación de fondos, sedición y rebelión, unilateralidad y bilateralidad, el “seny” y la “raxa”, sobre la plurinacionalidad de España, la sensatez o la insensatez de unos u otros, sobre los principios de legalidad, de democracia y de legitimidad. Podemos deliberar sobre la Declaración Unilateral de Independencia, opinar sobre las conductas y hechos de Torra, de Puigdemont, de Rajoy, de Sánchez, de Casado, de Rivera y otros actores e instancias, podemos seguir elucubrando sobre el 155, sobre la Ley de Seguridad, sobre el 1-O. Vino el procés y sus consecuencias a todos los niveles de exaltación patriótica española. Eran los tiempos de “a por ellos”. Detenciones, represión, cárcel y condenas. Y un Tribunal Supremo que falló duro: Oriol Junqueras, 13 años, Forcadell 11, Turull 12, Romeva 12 años, Forn 10, Dolors Bassa 12, Jordi (Sánchez y Cuixart) 9 cada uno. Cárcel, inhabilitaciones, multas y avisos a navegantes.

Y casi ahora, elecciones recientes, vencedor el PSC. Ley de amnistía, amplia y generosa con intención de dar punto final a las consecuencias de la represión política contra las urnas pacíficas. Jueces renuentes, patriotas españoles ellos, a aplicarla incluso contraprogramando al Legislativo. Singularidad fiscal, negociaciones pacto, acuerdo. Fumata blanca Nuevo gobierno PSC, ERC y Comuns. Investidura. Salvador Illa.

Y recordemos, es conveniente hacerlo: los independentistas catalanes (Junts-ERC) fueron mayoría arrasadora frente a Mariano Rajoy, con el 155 sus piolines y las urnas no encontradas de Soraya Saénz de Santamaria. Escenas muy lamentables y vergonzantes para un ciudadano/a demócrata de a pie. Recordemos, sí: Puigdemont se escapó en el maletero al destierro con M. Rajoy del PP. La derecha española, repito, el PP, fue una auténtica fábrica de independentistas.

La desestabilización e inestabilidad política llegaron al límite. Y fue con el PP. Hay que recordar. Fue el PP, con su erróneo accionar y falta de visión política en Cataluña, quien rompió la vajilla de la normalidad política en España. Puigdemont ha cruzado la frontera dos veces y no ha sido culpa alguna de los Mossos, algo tendrán que ver la Policía Nacional y la Guardia Civil, no solo los Mossos. Y supongo que nadie en el PP, ni en Vox, tendrá la mínima prueba de que las policías españolas hayan hecho dejación de sus responsabilidades a las órdenes del ministro de Interior Marlaska. Culpar de ello a Sánchez es surrealista, dejando caer la sospecha de una connivencia política entre el presidente del Gobierno y Puigdemont. Delirante.

Es curioso cómo los patriotas españoles de PP y Vox estén más exacerbados con un PSC, con un PSOE, que intente recomponer esa vajilla rota y destrozada que por las torpeza de su M. Rajoy del PP. Y criticar a los Mossos por dejación de responsabilidades no coincide exactamente con las lacerantes críticas de Puigdemont a ellos por motivos diametralmente opuestos. Conclusión: una cuestión tengo clara; la constatación histórica, machaconamente profética, de que la represión no es la solución a un problema político aunque algunos jueces de postín no hayan caído todavía en ello. ¡¡Diálogo y acuerdo!!

Exprofesor // Irakasle ohia