Acabo de leer el artículo enviado a la prensa por el turolense que ejerce de arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela, el Excelentísimo y Reverendísimo (así se le debe denominar) Florencio Roselló. El hombre está indignado por la representación final de la Última Cena en los Juegos Olímpicos y por una vez, sin que sirva de precedente, coincidimos con él: fue algo chabacano y una provocación gratuita a los buenos cristianos, que algunos, haylos. Yo, en estas cuestiones siempre consulto la opinión de mis queridos amigos curas que ya están entre querubines, y sé que a Jesús Lezaun, Plácido Erdozain, J. J. Aizkorbe, Balentxi, Periko Solabarria, Jesús Leoz y a tantos otros “curas asilvestrados”, como les llamaría el más asilvestrado de todos, Patxi Larrainzar, tampoco les hubiera gustado la pantomima de París.
En el artículo, al Reverendísimo le patina el ego, y se pone a sí mismo de ejemplo, diciéndonos cómo todos los años celebra la Última Cena en prisión y que, incluso, con espíritu olímpico y evangélico, lava los pies a muchos presos y que ese es el ejemplo a seguir. Su ejemplo.
Y es esa ostentación de humildad la que no tragamos buena parte de la ciudadanía, sea laica o sean cristianos consecuentes con el mensaje evangélico, que de todo tenemos en la Plataforma de Defensa del Patrimonio.
Recientemente se ha estrenado con gran éxito en Iruñea la obra de teatro Inmatriculaciones. ¡Oh my God!, basada en el escándalo que permitió a los obispos quedarse con la propiedad de miles de bienes de los pueblos, a 25 euros cada inmatriculación, fuera la fortaleza de Uxue, la Catedral de Iruñea o el frontón de Lizoain. Lo que no permitió ni el franquismo, lo posibilitó una ley del PP que el mismo PP revocó al poco tiempo, sabedor de su inconstitucionalidad, pero dando el tiempo necesario a los obispos para que arramplaran con todo.
¿Por qué el Reverendísimo Florencio no ha salido a la prensa a protestar por una representación teatral que pone a la jerarquía eclesial como chupa de dómine? Representar a unos apóstoles disfrazados de bufones verbeneros ¿es más grave para nuestro obispo que verse acusado públicamente de pecador contumaz contra el 7º Mandamiento? Claro, le resulta más fácil defenderse de la cutrez de París que del escándalo que ha birlado a todos los pueblos su patrimonio público y comunal.
Si realmente Florencio quisiera hacer un sincero ejercicio de humildad, lo tendría fácil: en lugar de llevarle carbón en navidades podríamos invitarle a una Última Cena con los miembros de la Plataforma y, allí, mientras nos lava y besa los pies, le contaríamos quién, cómo, cuándo y por cuánto se levantaron todos los edificios religiosos y apezetxeas de nuestros pueblos. Por poner un ejemplo cualquiera, ¿sabe su Reverendísima que, durante siglos, el Regimiento o Ayuntamiento de Tafalla enviaba un regidor síndico a la iglesia de Santa María (sí, la primera en descubrirse su inmatriculación) para hacer un inventario anual de todos los bienes municipales que contenía? ¿Sabe que amén de cálices, patenas, velas y vestuarios, contaban hasta el número de hostias consagradas y sin consagrar? ¿Sabe que el Ayuntamiento en pleno ordenó al escultor Antxieta que esculpiera más flaco al Crucificado? ¿Sabe que todos los ayuntamientos tienen documentado cuánto invirtieron en obras, retablos y mantenimientos? Y como bienes públicos se utilizaban, como escuelas, cambra municipal, concejo vecinal, conciertos, archivo, lazareto, festejos, defensa… y claro está, también funciones religiosas, para las que el propio Ayuntamiento elegía los curas, campaneros, almosneros y sacristanes. De todo ello le daríamos gustosamente lecciones, con los pies metidos en el barreño.
Luego podría seguir lavando los pies a nuestros abogados, que le contarían lo que todo leguleyo sabe: que desde la Constitución de 1978, todas las inmatriculaciones hechas por los obispos son ilegales por inconstitucionalidad sobrevenida. Y que su Reverendísima tenía el mismo poder inmatriculador que el que tengo yo: ninguno. Las pocas sentencias que han llegado a tribunales europeos califican las inmatriculaciones como una “violación continuada y masiva” de los derechos garantizados por la Convención Europea de los Derechos Humanos. Basta ver el agravio comparativo de Portugal y Francia para entender la magnitud del latrocinio realizado por ustedes.
Entre jabonada y jabonada, su Reverendísima se defendería diciendo que acudamos a los tribunales, porque sabe que tienen en las primeras instancias unos tribunales prevaricadores que cortocircuitan los procesos judiciales y que cientos de ayuntamientos, como Benegorri o Leoz, no podrán litigar saltando tribunales hasta llegar a la jurisprudencia europea. Y, aunque algunos lo consigan, la mayoría ni lo intentará y ustedes siempre se quedarían con la mayor parte del botín. Hay otro camino más eficaz: el día que los ayuntamientos declaren expedientes de ruina en cientos de “sus” propiedades y les sancionen en masa por ello, sentirán un dolor insoportable en el único órgano sensible que tienen: el bolsillo. Y entonces se plantearán si lo que hicieron fue un buen negocio, ya que está claro que avergonzar a su propio rebaño y escandalizar a la sociedad les importa un comino.
Como supongo que en esa Última Cena con usted acabaríamos todos como el rosario de la aurora, y quizás hasta sin zapatos, no nos queda más remedio que seguir nuestra pelea por los medios habituales. Entendemos que la representación de París, esa bacanal de minorías sexuales y drag queen haciendo de apóstoles, resulte molesta para sus Reverendísimas. Nosotros no lo hubiéramos hecho. Pero deberían entender lo que sentimos los demás, cuando ustedes desfilan por nuestras calles vestidos de santidad, aparentando humildad, sepulcros blanqueados con sus cíngulos, estolas, casullas, dalmáticas y mitras, delante del pueblo al que han esquilmado en los registros de la propiedad. Seguro que Jesús perdonará a los payasos de París. Sus Reverendísimas lo van a tener más crudo.
Editor. Miembro de la Plataforma de Defensa del Patrimonio Navarro