La recopilación de textos del filósofo existencialista Martín Buber, titulado Una tierra para dos pueblos, es una obra coral compuesta de ensayos políticos en la que participa el periodista y filósofo argentino Américo Schvartzman, que es parte de un grupo de intelectuales comprometidos con la búsqueda de la verdad en la historia.
¿Por qué Martín Buber? Tal vez porque su propuesta de dos naciones, palestina e israelí, para un nuevo Estado, no es ninguna extravagancia utópica después de todo, aun cuando su vigencia, la que tuviera, ha podido ser enterrada en Gaza.
Nacido en Viena en 1878, Martín Buber, el más importante filósofo judío del siglo XX, murió en 1965. Su filosofía del diálogo relacional afirmaba que el ser humano no se puede construir sin el otro. Es la idea de que el Yo no es sin el Tú, lo que quiere decir que la persona humana sólo se realiza y se reconoce en la relación con los demás. Buber era un comunitarista y un sionista muy especial. Vivió en permanente debate con Teodoro Herzl, un contrincante que ponía el acento en la creación del Estado Judío y para los judíos. En 1938, Buber emigró al entonces mandato británico de Palestina, instalándose en Jerusalén y enseñando filosofía social en la Universidad Hebrea de Jerusalén, llegando a ser jefe de un movimiento que apoyaba la cooperación entre árabes y judíos. Unos años antes, en 1933, tras el ascenso de Hitler al poder fundó la Oficina central para la educación judía, enfrentado a la prohibición de asistencia de los judíos a las escuelas públicas. Tenía sin duda un lado combativo. Ese costado de monje convivía con un estilo de escritor evocador, a veces poético y místico.
Américo Schvartzman afirma que Martín Buber entendía el sionismo desde una ética innegociable que partía del diálogo, del reconocimiento del otro, sin el cual yo no puedo ser yo. El sionismo evocaba en él la idea movilizadora de volver a Jerusalén, de encontrar un hogar para un pueblo que escapaba del antisemitismo. Pero, a diferencia del sionismo contemporáneo, era contrario a la idea de crear instituciones exclusivas para los judíos. Rechazaba una y otra vez las políticas israelíes de limpieza étnica, con las consiguientes violaciones de los derechos humanos. Su enfoque se resumía en la idea de un estado binacional en el que puedan caber judíos y palestinos conviviendo de manera colaborativa. Idea esta última que era y todavía es, propia de una parte del imaginario de la izquierda judía. “No hay libertad para el pueblo judío si no hay libertad para el pueblo palestino”, afirma un amplio grupo de activistas de los dos pueblos.
Su pensamiento evoca un sionismo singular que advertía del riesgo de no encontrar la convivencia con esos otros (palestinos y árabes) que ya vivían en Palestina. Américo Schvartzman nos cuenta que, para 1915, ya había tomado contacto con el sionismo y había iniciado un civilizado y cordial desacuerdo con Teodoro Herzl. El entonces joven Buber creía que el potencial del sionismo estaba en su enriquecimiento social y religioso, en tanto que Herzl no concebía el movimiento con unos objetivos religiosos, su propuesta era laica. Lo cierto es que ya en pleno siglo XXI, el sionismo ha cerrado filas alrededor de un discurso político bíblico. La lectura religiosa del conflicto da al Estado de Israel la ventaja de presentarse como un proyecto divino enfrentado a la razón humana. Casi nada. ¿Cómo se discute con un interlocutor con semejantes credenciales tan absurdas e increíbles?
En los últimos años de su vida, Buber se estremecía al comprobar las resonancias de la palabra sionismo, y no por mérito de sus detractores antijudíos, sino por obra y gracia de quienes la encarnan hoy, de manera mayoritaria y oficial en el Estado judío. Reitero que para Buber la persona humana sólo se realiza y se reconoce en la relación con el otro. De ahí deriva su filosofía del diálogo, la idea de que el ser humano es un ser con otros. Toda vida verdadera es encuentro. Sólo en el reconocimiento del otro, en toda su alteridad, se reconocerá así mismo.
Buber incluyó sugestivas advertencias acerca de lo que ocurriría si el sionismo se instalaba como un nacionalismo impositivo. Su cualidad profética advertía de esa posible derivación cuyos gérmenes alcanzó a ver, con espanto moral, a comienzos del siglo XX. Para Buber, el sionismo socialista que él había abrazado fue sustituido por la profanación del sionismo como él lo entendía, al punto de concebirlo como algo “más peligroso” que la asimilación individual.
Para Martín Buber, sólo un sionismo reseteado que tienda la mano al pueblo palestino y abra espacios cooperativos tiene verdadero sentido. Vivía vigilante de que un sionismo cada vez más autoritario terminara convertido en un sionismo capaz de confiarse a un sionismo fascista, no solo equivocado filosóficamente, sino que también opuesto a la razón humana. El camino de Eretz Israel no debía entenderse desde la destrucción de la nación vecina y su genocidio. Para el filósofo judío, el sionismo que expulsaba al pueblo palestino de sus territorios se comportaba en contra del mandato de Dios, y traicionaba la tradición humanista del judaísmo y no podía pensar en este peligro sin sentirse culpable.
Tenía unos cuarenta años cuando advirtió del espíritu extraviado del sionismo, en una carta dirigida a Hugo Bergman, un filósofo judío nacido en Praga. Tachaba de imperialistas a los partidarios de un sionismo reconvertido en un nacionalismo violento, sin límites de conquista territorial.
Sin embargo, hay que reconocer que el genocidio de Gaza ha removido los cimientos también del planteamiento binacional, ya que en muchos años será prácticamente imposible la convivencia entre dos pueblos que se matan entre sí, estando gobernado uno de ellos (el Estado judío) por criminales de guerra. Hoy, el estado binacional aparece como la más utópica de las utopías.
Buber había aceptado el proyecto de tierra para Israel a partir de una comunidad donde se garantizará la más amplia diversidad, a diferencia de la propuesta de Teodoro Herzl. La de Buber era la base de un proyecto de socialismo democrático. Pero tal vez no supo entender a tiempo que el sionismo mayoritario ya estaba dirigiéndose hacia un proyecto etnicista, excluyente, represor de lo árabe y en especial de lo palestino. Y en el siglo XX (en 1948) pronto comenzaron las limpiezas étnicas en los territorios palestinos. Las limpiezas fueron brutales y fue en ese escenario que Buber comenzó a abogar por la solución binacional.
Si las ideas y opiniones de Buber giraban alrededor de un Estado binacional que defendió hasta el final, lo cierto es que era también realista y mantuvo en alto la bandera de federación de Estados como posibilidad. No era un filósofo despistado. Era tan realista que aseguraba que la paz, cuando llegue, no será una paz grande creativa, base de vida en común, será una paz negativa, frágil, una no-guerra.
Martin Buber escribió Yo y Tú, su obra más emblemática que en estos días cumple cien años de su publicación (1923). En Yo y Tú desvela una singular mirada ética del conflicto israelo-palestino. En 1942 fundó el partido Ihud que defendía un programa binacionalista. En el brillante artículo “Sionismo y sionismo” resume perspectivas contrapuestas, con el objetivo de abrir un espacio que normalizara la diversidad de ideas, expandiendo la filosofía del diálogo. Frente al mundo inhabitable, lo que Buber piensa y cómo lo verbaliza, constituye un aporte al renacimiento de un nuevo humanismo, la solidaridad, el respeto por el otro, la no discriminación, la tolerancia, son valores que la humanidad debe recuperar.
Sí me parece oportuno afirmar que el sionismo de Martín Buber no hubiera tenido sitio en el sionismo del siglo XXI. La maquinaria violenta de un Estado militarizado está rompiendo los puentes con la conexión humanista. Y Buber era demasiado sensible y cabal como para soportarlo. La idea binacional de Buber era positiva, aunque irrealizable: abría las mentes más allá de lo familiar (dos Estados) y proponía abrir un camino nuevo con todo para explorar. Una sociedad como la israelí podía ser el terreno abonado para una propuesta estatal innovadora.
La población que vive en Israel no es homogénea. Vive en conflicto, como muestran sus conflictos internos, como por ejemplo el racismo. Los 900.000 rusos que viven en el territorio, mantienen sus formas de vida, sus tiendas propias, sus hoteles y cafés, su religión, su idioma, su cultura. Tienen un trozo de poder, pero mucho más lo detentan los askenazis, sionistas con origen en Europa central y oriental que ven a los rusos como un problema para la cohesión del país. También generan inquietud las decenas de miles de judíos yemeníes que llegaron con el programa Alfombra Mágica. Y los llegados de Argentina, Venezuela, Chile, Perú, etc. No es fácil la vida en un país que fue llenado de habitantes procedentes de los cinco continentes, sin tener que demostrar siempre su ascendencia judía. En semejante avispero, la filosofía del diálogo es la única que podría tener un éxito ahora impensable.
En uno de mis viajes conversé con Michel Warschawski en su casa de Tel Aviv, conocido en el activismo propalestino como Mikado. Hijo de un importante rabino y presidente del Centro de Información Alternative Center con sede en Jerusalén, denuncia: “En la colonización israelí, los palestinos dejaron de ser una comunidad para quedar reducidos a un problema ambiental, que se desplaza o limpia en función de las necesidades del ejército de ocupación o de la colonización galopante. Esta tendencia se vio agravada considerablemente con la segunda intifada y el mito de la guerra de supervivencia”. Para Mikado, la solución se encuentra en el Estado binacional que deseaba Buber. La defensa de la alternativa binacional puede parecer descabellada y poco práctica. Sin embargo, es otra opción alternativa que debe ser analizada y que no es para nada nueva. Mikado justifica la propuesta dada la “crisis estructural del proyecto de Estado judío” y plantea la “perspectiva binacional como una alternativa radical al régimen sionista, considerado colonial y estructuralmente segregacionista”.
Mikado comparte con Martín Buber una solución utópica, es verdad, unos valores, y una idea central, “el Yo no es sin el Tú”. Demasiado complejo o, quizás, demasiado sencillo para nuestras torpes mentes.
Politólogo especialista en Relaciones Internacionales y Cooperación al Desarrollo