Dice el diccionario que la acatalepsia es aquello que no puede ser comprendido o la imposibilidad de comprender o concebir una cosa. Pues algo así me está ocurriendo de un tiempo a esta parte con multitud de cosas. Desde cómo no hay forma de detener el genocidio en Gaza a cómo no es posible alcanzar acuerdos en materia de la atención debida a menores no acompañados llegados de otras partes del mundo bastante menos afortunadas que la nuestra.

Acatalepsia

También me lleva a la acatalepsia lo vivido recientemente en el marco europeo. Tras unas elecciones que han dejado una cámara europea más fraccionada que en el pasado, Ursula von der Leyen ha sido reelegida presidenta de la Comisión Europea. El caso es que pocas personas habrían apostado por su reelección hace unos meses. No era nada seguro que la aritmética parlamentaria hubiera dado para ello. Y por eso hubo planes alternativos como el de Manfred Weber, que preside el Partido Popular Europeo, consistentes en posibilitar acuerdos con el partido de la primera ministra Meloni, de Italia, siempre que hubiera por medio lealtad a la OTAN y apoyo a Ucrania en su guerra contra la Rusia de Putin. Pero hete aquí que las recientes elecciones europeas renovaron la mayoría de populares, socialistas y liberales. Von der Leyen fue incluso capaz de sacar unos cuarenta votos más de los necesarios y pudo renovar su cargo con una mayoría más amplia incluso que la que tuvo en su legislatura anterior. No fue por tanto necesario recurrir a ese plan alternativo, con lo que Weber ha quedado algo debilitado entre los suyos.

El caso es que, dentro del Partido Popular Europeo, quien más se opuso a pactar con Meloni fue el primer ministro polaco, Donald Tusk, integrante del mismo Partido Popular Europeo. Tusk gobierna Polonia al frente de una coalición de la que forman parte prácticamente todos los electos en su parlamento que no pertenecieran al Partido Ley y Justicia, más alineado con las tesis de Viktor Orbán. Ojo, que ideológicamente estuviera más alineado con sus tesis no significa necesariamente que fuera prorruso, cosa que en Polonia, por motivos históricos, habría resultado harto complicado.

Pero lo que de verdad me ha dejado acataléptico perdido son unos hechos más recientes en todas estas carambolas de billar europeo. Hace escasos días, el corresponsal de The Wall Street Journal en Rusia, Evan Gershkovich, de nacionalidad estadounidense, ha sido condenado por el régimen de Putin a 16 años de cárcel por espionaje. Había sido arrestado en marzo de 2023 en Ekaterimburgo. Gershkovich había pasado 478 días en prisión y tras un juicio secreto –y por tanto sin garantías– fue hallado culpable. Lo cierto es que nada de esto resulta sorprendente en la Rusia de Putin, vistos los antecedentes de otros casos judiciales allí.

Todos los gobiernos de la Unión Europea han alzado la voz ante este hecho. Y así debe ser, si se quiere defender la libertad de información y de opinión, que son dos de los pilares fundamentales de una sociedad democrática.

El problema que me ha hundido en la acatalepsia más profunda es que en Polonia, estado asimismo integrante de la Unión Europea, tenemos a otro periodista, que también ha sido acusado de espionaje. Lleva camino de 900 días, es decir, y va para el doble de tiempo que Gershkovich, sometido a un régimen judicial igual de opaco, en el que no se ha informado debidamente a su defensa de los hechos sobre los que se sustenta la acusación de espionaje que pesa en su contra. Eso, aquí y en Tombuctú, también es claramente un caso de indefensión. Se trata de Pablo Gonzalez, periodista de nacionalidad española, aunque haya nacido en Moscú por motivos históricos ya remotos en el tiempo y que no vienen al caso.

Precisamente, cuando Donald Tusk fue elegido primer ministro de Polonia hace menos de un año, todas y todos esperábamos que Polonia, que tenía varios contenciosos con la Unión Europea precisamente derivados de la situación de su sistema judicial, volviera a la senda de tener una judicatura independiente del ejecutivo y que por tanto se aclarara con rapidez y eficacia la situación de Pablo Gonzalez. Lamentablemente no ha sido así. Pablo Gonzalez sigue encerrado en una cárcel polaca y el contacto que se le ha permitido con su familia ha sido escasísimo y errático, por decirlo suavemente.

Que nadie me interprete mal. La situación de Gershkovich es inaceptable. Con todas las letras. Inaceptable. Pero si es inaceptable, tanto o más lo es la de Gonzalez. La libertad de expresión y opinión no admite dobles raseros. Y no nos engañemos. Con esto no sólo se ha cercenado la libertad de expresión de Pablo Gonzalez –y de Gershkovich– así como su libertad de informar como periodistas. Hasta que no se demuestre otra cosa, se ha violado el derecho a la información de todas y todos nosotros. Y también se ha violado nuestra libertad de opinar sobre la información que nos habrían proporcionado tanto uno como el otro.

Si de verdad nos queremos diferenciar en algo del régimen de Putin, con el caso de Pablo Gonzalez la Unión Europea tiene una ocasión de oro para demostrarlo. Y malo –muy malo– será que no lo demuestre.

Activista de Derechos Humanos