una operación de imagen, puro maquillaje. Es lo que ha puesto en marcha MasterChef, su productora Shine Iberia y sus presentadores tras el episodio de maltrato personal al que se sometió a una de las participantes que había alegado su estado de fragilidad emocional para marcharse voluntariamente. Fue tan oprobioso que hasta TVE retiró el vídeo de este episodio de su plataforma digital. Puedo imaginar la bronca que recibieron los jurados, particularmente Jordi Cruz, de los responsables del concurso y los ejecutivos de la cadena pública. Llueve sobre mojado en aquel plató. El recuerdo de la actriz Verónica Forqué, que se suicidó tras su paso por la competición, no ha producido un escarmiento y tampoco ha mejorado la sensibilidad hacia la salud mental de los participantes. Los directivos de Shine aseguran que un equipo psicológico está siempre a su disposición. ¿Y por qué permitieron que se maltratase a quien pidió abandonar con sobradas razones? ¿Acaso antes se percataron del estado emocional de la Forqué? Estas mujeres no estaban para juegos ni podían soportar más vejaciones. MasterChef ha derivado de formato gastronómico a crudo reality, con todos los atributos de la telebasura: insultos, ataques personales, faltas de respeto, humillaciones… “Estamos haciendo tele”, dijo Cruz para justificar su agresivo perfil de Gran Hermano. Nunca hubo más motivos para despedir a alguien y cerrar un programa. Bájense del pedestal, maldita sea, y abandonen su narcisismo y falsa superioridad. ¿Qué se han creído que son? Se consideran dioses, pero no pasan de frikis del circo de la tele. Bajen del pedestal, pontífices de la nada, y asómense a la realidad humana, más auténtica que la suya. Ocurre ante las cámaras: se pierde la humildad y aflora el tirano.
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