Aunque entre los togados hispanos ha habido infinidad de practicantes de la justicia de Juan Palomo, pocos destacaron tanto en el arte de la instrucción chapucera y a favor de obra como Baltasar Garzón Real. Hoy transmutado milagrosamente en rojo de cabecera para la progresía desmemoriada, el acuñador del “todo es ETA” sienta cátedra sobre el lawfare, lo que no deja de ser una paradoja de lo más reveladora. Resulta que quien desde hace unos meses se ha revelado como el gran as del retorcimiento del derecho, Manuel García-Castellón, puede ser considerado su mejor discípulo. Sus actuaciones a ritmo de churrería y a golpe de ocurrencias impulsadas por sus filias y sus fobias ideológicas son el mejor homenaje al Garzón de aquellos años en que era sacado bajo palio por la derechona que ahora lo aborrece.

Cómo será el parecido de los cocimientos judiciosos de ambos, que en el antepenúltimo sopapo judicial que ha recibido García-Castellón se le acusa de la característica principal por la que era conocido el jienense. Hace tres días, la Audiencia Nacional tuvo que suspender la extradición desde Eslovaquia de un tipo reclamado por fraude porque la solicitud, firmada por el ínclito juzgador, incurría en “la rechazable técnica del copia-pega”. ¡Ay, la de sumarios de copia-pega que llegaría a instruir Don Baltasar! Claro que, para los que somos veteranos conocedores del paño, el ataque definitivo de risa por no llorar llega al comprobar que la acusación la firma el magistrado Alfonso Guevara, conocido por haber mandado a la cárcel a Arnaldo Otegi y por sus actuaciones entre lo histriónico y lo histérico en ese tribunal de excepción en el que están pasando cosas que uno jamás hubiera imaginado. Por ejemplo, que su fiscal jefe le haya atizado un soplamocos cósmico al tal García-Castellón, espetándole en un escrito que “ser vasco no es delito”. Ojalá se hubieran dado cuenta antes.