El pasado 10 de enero, durante el superpleno agónico en que Pedro Sánchez sacó por los pelos dos de sus tres primeros decretos de la actual legislatura, la portavoz de Junts en el Congreso, Miriam Nogueras, fue muy clara. A ella, vino a decir, le importaba muy poco que decayeran las normas del escudo social. “Nosotros estamos aquí por Catalunya, no por ustedes ni por el reino”, espetó cuando desde las filas de PSOE y Sumar le recordaron que si tumbaban los decretos, perjudicarían a muchas personas. Aparte de pasar por alto que, en la actual configuración del Estado, las medidas económicas afectan igual a los ciudadanos de Cuenca que a los de Palafrugell, la declaración puso de manifiesto el egoísmo abismal y la insolidaridad sin disimulos que guía la actuación política del partido de Carles Puigdemont.

Ahí debió quedarnos claro también por aquí arriba que los llamados posconvergentes –para mí, muchas veces más bien retroconvergentes– no tendrían el menor empacho en mantener actitudes que perjudicaran los intereses y las aspiraciones de Euskal Herria. No echaré las campanas al vuelo, pero parece que el no a una ley de amnistía defendida en bloque por el resto de las fuerzas de progreso y/o plurinacionales empieza a abrir algunos ojos. Ahora ya vemos que esa conducta ombliguista, de tanto ir el cántaro a la fuente, puede terminar haciendo descarrilar la legislatura y, con ella, la hoja de ruta pactada por el PNV con el PSOE, que no solo incluye las eternamente pendientes transferencias, sino el compromiso de abordar la cuestión territorial, incluyendo el reconocimiento de nuestro pueblo como nación. Me conforta escuchar al lehendakari y a otros dirigentes jeltzales advirtiendo de este peligro, del mismo modo que me ha sorprendido gratamente ver a Arnaldo Otegi sumarse, aunque fuera de puntillas, al aviso sobre lo que podemos perder.