Me contaron hace mucho que una vez se reunieron unos cazadores en las tierras de la Cendea de Oltza. Estaban en Ororbia y uno gritó: ¡Hor! ¡Erbia! Y apretaron a correr detrás de la liebre. Pero la liebre corrió y corrió hasta otro pueblo. Entonces uno de los perseguidores exclamó: ¡Hara! ¡Zuri! Y es que… la liebre era blanca. Intentaron atraparla pero no pudieron darle alcance. Más saltos y brincos y algún tiro se escuchó... pero la liebre siguió llevándoles la delantera y se subió a una colina. Desde lejos la avistaron los cazadores y exclamaron: ¡Hor! ¡Goien!
El cuento tiene final abierto. No se sabe a ciencia cierta qué ocurrió con la liebre, pero siempre quedó en el aire y hasta en los papeles escritos el idioma de los cazadores: el euskera de Oltza.
Los cazadores tal vez no supieran entonces más que el idioma propio con el que dialogaban. El alcalde de ahora mismo en Hor…goien no los podría considerar gentes privilegiadas. Él, al parecer, tampoco lo es, porque intuyo que solo habla castellano.
Yo, en cambio, soy, en su opinión, un privilegiado porque hablo euskera y castellano. Y claro que lo soy, pero por razones obvias que él en cambio no parece tener en cuenta.
Los idiomas nos abren las puertas de universos lingüísticos, culturales, literarios, paisajísticos y emocionales diferentes. Nos enriquecen la vida de una manera tan natural como lógica. Nos abren al entendimiento con los que pueden utilizar el mismo código de lenguaje hasta hacernos mucho más cercanos. El alcalde, Álex López, ni se imagina lo grandioso que resulta entrar en los recovecos de los idiomas que nos explican los porqués de un modo de ser y sentir. Si además nos referimos al idioma de la tierra que nos ha visto nacer, tan denostado y odiado por los conquistadores, los represores de siglos, los políticos de la derecha maltratadora que pisotea y de la izquierdita cobarde que no se atreve a salir de casa por si llueve, el corazón se acelera porque nuestro euskera es un tesoro de enorme valor. Los privilegiados que lo poseemos somos muy conscientes de ello.
Claro que… tuvimos que hacer el esfuerzo de aprenderlo. ¿Quién se come la chula antes de matar el cuto? ¿Alguien bebe agua fresca sin haber llenado el rallo? A mí nadie me lo regaló. Lo hice mío porque mi propia voluntad me lo exigía. Ya antes de dominar los misterios de sus nor nori, nor nori nork, nor nork….sentía una necesidad imperiosa de recuperar lo que había sido patrimonio de mis antepasados para transmitirlo a la siguiente generación. Esa era la tarea. Nunca pensé entonces que el conocimiento del euskera me iba a ayudar a divisar nuevos horizontes laborales. Y sin embargo… Soñábamos, eso sí, con tiempos mejores y empujábamos con ganas para que eso ocurriera. La ilusión con la que fuimos descubriendo los secretos de nuestra joya pre-indoeuropea era tal que recuerdo haber compartido con un compañero de clase esta reflexión: “¡Qué pena que ya sabemos! ¡Con lo bien que nos lo hemos pasado aprendiendo!”.
Yo nunca quise guardarme para mí el tesoro recién adquirido. Conforme avanzábamos en el conocimiento del euskera, en el euskaltegi Arturo Kanpion, nos convertíamos en profesores para los que no sabían nada. Y en Radio Popular, donde yo trabajaba entonces, intercalaba saludos y frases cada vez más osadas para compartir con la audiencia lo que iba asimilando. Egun on jaun andreak. Zuekin Iruñeko herri irratia. La dirección de la emisora no me cortó las alas, y cuando fui avanzando en atrevimiento y en conocimientos me pidió que hiciera programas en euskera. Así nació Jaia lagun artean, por ejemplo. Cuando tuve la edad que ahora tiene Álex López, murió el maldito dictador y pudimos crear nuevos mundos informativos. Dimos vida a EITB con radios y televisión en euskera. Y ahí seguí transmitiendo el idioma, compartiéndolo, como ahora lo sigo haciendo en Mintzakide. También impulsamos los padres y madres escuelas euskaldunes y universidades que dan continuidad a la enseñanza en euskera en los más altos grados de la enseñanza. Y siempre lo hemos hecho teniendo a la contra, machacando sin piedad, a los que continuaron la senda del ferrolano que lo dejó todo bastante atado.
En el instituto donde estudiaba mi hija creamos Hezibidea, una asociación de padres y madres del modelo D. Éramos la tercera parte del instituto y a pesar de ello ganábamos las elecciones nosotros. En el consejo escolar los representantes del profesorado eran mayoritariamente euskaldunes. Es que… ellos igual que nosotros éramos y somos los que movemos el mundo. Las cosas son así. Para qué escondernos en falsas modestias.
Que los hijos de la inmigración, como Álex López, hayan podido acceder a la universidad no me parece ningún privilegio. Están en su pleno derecho. Y eso que… Yo no pude ir. No estaban los tiempos para que los pobres fuéramos a la universidad, y menos a la elitista del Opus que era la única cercana. Y bien que me dolió. Luego te das cuenta que la vida te enseña más que la universidad si tienes abiertos siempre los cauces del aprendizaje. Títulos en cambio, no nos dio. La permanente curiosidad y el interés por abrir nuevas puertas me permiten ahora, sin necesidad de traducción, leer a Sarrionandia y Atxaga, a García Márquez y a Miguel Hernández, a Molière y a Boris Vian, a Oscar Wilde y a Leonardo Sciascia en los idiomas en los que escribieron. ¿Soy por ello un privilegiado? Tal vez sí. Pero que conste que nunca he sido respaldado por los que aquí han mal-mandado y desordenado hasta 2015, para hacer las cosas que yo, mejor o peor, he conseguido hacer. Y nunca lo harán tampoco en el futuro. Si por un casual imposible la ultraderecha de esta tierra mostrara su apoyo a una propuesta mía solo podría pensar: algo estoy haciendo mal.