Un muerto es un asesinato, miles de muertos son una estadística. Este paradigma ha sido condecorado a diversos dirigentes, teniendo sagaces continuistas tales como Stalin, Hitler o Netanyahu.
La masacre en Palestina continúa sin pausa y sin fin. A pesar de que Israel ha prohibido a periodistas de toda índole desarrollar su trabajo y dar fe de lo que ocurre en Gaza, las redes sociales han dado (y dan) testimonio de la destrucción, bombardeos y niños traumatizados y ausentes, solo tangibles por el miedo reflejado en su mirada.
Que Israel debe defender a sus ciudadanos es una obviedad y que Hamás se defendió atacando territorio israelí es otra obviedad. Pero el periódico israelí Haaretz publica que muchas víctimas israelíes lo fueron por “fuego amigo”, al bombardear Israel el kibutz y la zona del festival de música; la investigación, si la hay, conformara este martirologio patriótico.
Con frecuencia se achaca a Palestina no ser una democracia. Recordar que en la última elección al parlamento palestino, la organización Hamás resulto la más votada con lo que ello conlleva de autoridad legal; esto son datos, los sentimientos y las simpatías las hemos dejado en el chisquero. Las próximas elecciones serán cuando Israel lo permita
Israel también es una democracia donde tirar piedras se castiga con 20 años de cárcel y donde la denominada “detención administrativa” para los palestinos, no conlleva límite de tiempo encarcelado y no es necesario para ser condenado que haya juicio previo, ni siquiera pruebas ni tampoco acusación; lo más parecido a la reeducación aplicada en Corea del Norte. Cualquier idiotez imbuida de ideología supremacista, tiene sus seguidores; el 93% de la población israelí apoya los hechos de su gobierno hacia Palestina. Y estos hechos son muy simples: deshumanización (no asesinan palestinos sino “bestias humanas”, la banalidad del mal) y embrutecimiento (de la sociedad israelí). Ello conlleva masacres toleradas y aplaudidas por sus congéneres e incluso por la comunidad internacional. Son contados quienes merecen nuestro respeto al respecto: el secretario general de la ONU, el representante de política exterior de la Comunidad Europea y el presidente de España; a todos ellos Israel les acusa de apoyar a Hamás y, por tanto, ser terroristas; sí señor, con 2 cojones. Pero nadie con autoridad, especialmente líderes religiosos, ha dicho nada al respecto; parece que piensan que si no hablan, no se equivocan.
La coalición de gobierno israelí y sus sentimientos neronicidas, conformada por Netanyahu en su habitual huida hacia delante como respuesta a los vaivenes políticos intraIsrael, es el rasgo identitario, el marchamo de quien teme por su supervivencia política. Está dirigida por un primer ministro acusado de fraude y cohecho en diferentes casos de corrupción y con miembros de su gobierno claramente racistas y homófonos, con algún ministro condenado por delitos fiscales y por apoyo a grupos terroristas (Kaj); unos querubines. Se diferencian de la Camorra napolitana en que estos hacen honor a la omertá, mientras los gobernantes son explícitos en sus comentarios: todos los palestinos son terroristas (incluidos los bebés), hay que matarlos a todos, repiten hasta el embrutecimiento; pragmatismo funambulista.
Dicha coalición tiene una responsabilidad y una culpabilidad compartida en el genocidio basado en la ley del más fuerte y, como tal, en la destrucción de vidas y bienes palestinos. Les diferencia quizás la preferencia; unos son más dogmáticos y prefieren muerte por bombardeo, otros son más heterodoxos y prefieren matar por hambre o enfermedad y los hay más benevolentes, partidarios del uso de la bomba atómica (Eliyahu). Pero es justo reconocerles unanimidad en su objetivo último.
Por supuesto, no solo Gaza; también Cisjordania está sometida a las avinagradas decisiones del gobierno ultra. Su objetivo es legalizar las colonias israelíes donde los barbudos ultraortodoxos, filibusteros del pensamiento, campan y actúan como las hienas; el todo vale es su seña de identidad y la inmunidad ante sus crímenes con miles de muertos y heridos junto con demoliciones y confiscaciones de propiedades palestinas, es el pan de cada día, permitidos e incluso azuzados por miembros del Gobierno israelí, auténticas bombas fétidas.
Estos asentamientos son ilegales según la comunidad internacional e incluso también según la ley israelí. Pero aducen como causa mayor el derecho inalienable del pueblo judío a expandirse (Aryeh Dery, líder del partido ultraortodoxo Shas y miembro del gobierno de coalición).
Tras Ruanda y Yugoslavia y la invasión ilegal de Irak, el papel de la ONU es de testigo mudo de las masacres de civiles. El horror en Palestina es un horror silencioso, sin periodismo sobre el terreno y con información partidista. No importa que bombardeen un hospital, una escuela, un centro de asilo; Israel acusa de que en sus entrañas había túneles por donde la gente de Hamás circula. Pero esto nunca ha sido señalado ni comprobado, ni visionado: es una prueba de parte, inconsistente. Tras los Tribunales Internacionales de exYugoslavia y Ruanda, Israel reúne todos los requisitos para ser acusada y enjuiciada de crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad
Que nadie pida lo que nunca dio. La actitud de los países de la ONU no solo desprestigia la legalidad internacional, sino también sus instituciones; el daño reputacional es irrecuperable. Si no son capaces de ejercer lo aprobado, de ejecutar sus resoluciones, dichas instituciones dejan de tener relevancia, son puro ornamento almohadillado para retiro de sus ínclitos representantes. Caminan tan despacio, que nadie les ha visto caminar
Y si te posicionas según tu conciencia, las leyes internacionales o tu educación judeocristiana, te acusan de antisemita, con su habitual matraca. Ello coarta cualquier atisbo de libertad de expresión e incluso de humanidad, el silencio como arma de guerra
Las medidas aportadas por la comunidad internacional respecto a Palestina han sido subvencionar la supervivencia de la población y exigir un etiquetado concreto a los productos originarios de territorios ocupados ilegalmente. La dignidad como pueblo se considera de una arrogancia que indigna al supremacismo; la marmita con la poción mágica de la justicia es pura utopía.
Cuando termine la guerra no habrá paz. El odio será el resultado de la misma y el proceso de sanación será a perpetuidad, la venganza de los impotentes. Desde la distancia, podemos aconsejar el poner la otra mejilla (ja); pero in situ, el instinto de supervivencia demanda el odio, no como reacción visceral, sino como factor clave diferenciador entre el hombre y los animales.