Entre John F. Kennedy, un demócrata brillante, y Carrero Blanco, un brutal fascista, hay mil diferencias y una cosa en común: ambos fueron asesinados y, 60 y 50 años después, respectivamente, sobre ellos se ciernen un misterio de conspiraciones y autorías inciertas. Fueron crímenes perfectos con muchos culpables y de los que puede decirse que “entre todos la mataron y ella sola se murió”.

En el aniversario, Disney+ y National Geographic han producido el documental JFK: un día en América, con testimonios inéditos. Los supervivientes de Dallas son ya pocos, muy viejos y de exigua memoria, pero con mucho corazón. Nadie cree que Oswald, un imbécil, mal soldado y peor tirador, pudiera matar de forma tan precisa. ¿Los cubanos, los rusos, la CIA, el Pentágono, la mafia?

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Otro reportaje reciente, distribuido por Paramount, JFK: What the Doctors Saw, mira las cosas desde el prisma de los médicos del Hospital Parkland. Ni siquiera pudieron hacer la autopsia porque los servicios secretos confiscaron el cadáver y lo llevaron a Washington. Y así es como la gente se vuelve paranoica. En España, adicta al autoengaño, lo normal es que la crónica rancia del atentado de Carrero sea un fraude.

Matar al presidente, emitida por Movistar+ y dirigida por Eulogio Romero, se basa en el prejuicio de que ETA no pudo cometer un acto tan perfecto y audaz, como si eso la legitimara. Y de ahí su conjetura demencial de que tuvo el apoyo de la CIA. ¿Y por eso Kissinger viajó a Madrid la víspera, para supervisar la operación? La periodista ultra Pilar Urbano afirma que agentes americanos entraron en el túnel para añadir un artefacto. Y para mayor diarrea aparece el fantasmón Mikel Lejarza, el lobo. La única certeza es que lo de Kennedy fue un magnicidio y lo de Carrero, un tiranicidio.