El título de este artículo deriva de la circunstancia de que hay toneladas de ciencia político-jurídica que alertan y explican el crecimiento del denominado neofascismo.
Nos encontramos con fenómenos como el de Trump, Bolsonaro, Salvini, Meloni, Geert Wilders en Holanda, Mette Frederiksen en Dinamarca, que están ganando las elecciones o convirtiéndose en socios imprescindibles para gobernar en países de larga tradición democrática.
En un ámbito carpetovetónico, nos encontramos con Vox y personajes como Ortega Smith que con fecha 4 de enero fue reprobado por el pleno del Ayuntamiento de Madrid. Este personaje lanzó un botellín de agua a un concejal de Sumar y esto ha convulsionado la Corporación madrileña. Un tanto sorpresivamente, parecen descubrir ahora que las actitudes violentas y chulescas constituyen uno de los perfiles de la extrema derecha.
Los múltiples episodios que protagoniza Ortega Smith no son parangonables a la acción de personajes como Trump o Bolsonaro, inductores de ataques masivos a las instituciones representativas de sus países. El juego es siempre el mismo, se trata de catalizar el descontento de muchos ciudadanos convirtiéndolo en hostilidad contra las instituciones democráticas, la utilización intensiva de la red usando las fake news como mecanismo de movilización y el prevalimiento sobre la debilidad de los partidos conservadores clásicos siempre diletantes ante la grandilocuencia del neofascismo y su pretendida capacidad de captar los votos de sus facciones más ultraconservadoras.
Uno de los ideólogos de las estrategias del neofascismo es Steve Bannon. Este personaje nacido en Norfolk el 27 de noviembre de 1953, fue un ejecutivo de medios estadounidense, estratega político, exbanquero de inversiones y expresidente ejecutivo de Breitbart News. Destacó como estratega jefe de la Casa Blanca en la administración del presidente de los Estados Unidos Donald Trump.
Bannon asesora al Frente Nacional de Francia, la Fidesz de Hungría, la Alternativa para Alemania, los Demócratas de Suecia, el Partido por la Libertad de Países Bajos, la Liga de Italia, el Partido de la Libertad de Austria, el Partido Popular de Suiza, el partido Valores para mi País en Argentina, Vox en España y el movimiento identitario paneuropeo.
Su estrategia y la de todos los partidos asesorados se basa en lo que se denomina ganar la batalla cultural, en la transformación de valores democráticos universalmente aceptados por contravalores (quizás esta expresión sea demasiado sofisticada porque la contracultura tiene un cierto elemento de sofisticación) o mejor infravalores.
Se trata de forzar una nueva cultura prevaliéndose de los déficits de la democracia liberal, de la socialdemocracia, de la propia doctrina de la Iglesia, de la debilidad del sistema de partidos afectados por un preocupante distanciamiento de la sociedad.
Esta nueva cultura acoge buena parte de las tesis del fascismo histórico, en particular de las teorías de D’Annunzio, que se asoció con el movimiento del decadentismo en sus obras literarias, que interactuaba estrechamente con el simbolismo francés y el esteticismo británico. Fue influido por las ideas Friedrich Nietzsche. Creó la efímera Regencia Italiana de Carnaro en Fiume con él mismo como Duce y fue padre del ultranacionalismo italiano.
La batalla cultura de Bannon preconiza lo que se denomina nueva masculinidad basada en la razón de la fuerza, en la negación de la igualdad de la mujer, el menosprecio de colectivos históricamente reprimidos como el LGTBI y cuya represión pretenden recuperar, en la negación del pacifismo como actitud vital, en la negación del calentamiento global y la conversión del ecologismo en un objetivo a combatir, en la recuperación más o menos soterrada de una noción de estado imperial que niega las realidades nacionales sin estado a cuyos partidos pretende ilegalizar, al desprecio de la intelectualidad y de la multiculturalidad y de forma muy especial el rechazo del extranjero y de las sociedades multiétnicas.
El propio Bannon y en pos de la consecución de los objetivos citados proclama el ejercicio de una violencia verbal, una violencia simbólica e incluso física midiendo siempre el difuso umbral de la legalidad penal, para entronizar esta violencia física cuando lleguen a gobernar (un ejemplo de esta violencia simbólica es la celebración navideña de Vox golpeando una piñata que representaba a Pedro Sánchez y organizada por sus juventudes, concepto elástico ya que el que solicitó la autorización para la concentración tenía 58 años).
El nuevo neofascismo difumina tanto las ideologías históricas que acepta el liderazgo tanto de Donald Trump como de Vladimir Putin y apoya a personajes como Netanyahu, capaces de prácticas rayanas en el genocidio. Su referencia es la autocracia.
El ámbito sociopolítico en el que estas estrategias se pueden desarrollar dimana de las dificultades del Estado de bienestar. El Estado de bienestar moderno surgió como una manera de superar la Gran Depresión de la década de 1930 bajo una forma de intervencionismo estatal para abordar el desempleo, la pérdida de producción y el colapso del sistema financiero. A fines de la década de 1970, el estado de bienestar capitalista contemporáneo comenzó a declinar, en parte debido a la crisis económica del capitalismo y el keynesianismo de la Segunda Guerra Mundial, y en parte debido a la falta de una base ideológica bien articulada para el estado de bienestar, a pesar de las aportaciones de la Constitución de Weimar.
Cuando las clases medias de los países más estables ven que sus estándares de calidad de vida son inciertos, se abre un peligroso camino para teorías extremistas de uno y otro signo. Hoy es el día de reivindicar a los teóricos de la socialdemocracia Paul Krugman, Joseph Stiglitz, Norberto Bobbio y Zygmunt Bauman, considerando que no hay una forma de organización sociopolítica mejor. Hoy es el día de fortalecer el rol de los partidos políticos como canalizadores de las peticiones de la población hacia los poderes, sabiendo que las crisis o desaparición de estos dejan huecos que pueden ser cubiertos por quienes niegan la democracia.
Jurista