Hace ya una hueva de años, facturando todavía como autónomo a la emisora pública vasca –y tan feliz–, viví un encuentro en la cuarta fase. Realizábamos un programa especial desde Caracas, se lo juro, y una de nuestras entrevistadas, no me acuerdo ni del nombre ni del motivo de la convocatoria, estaba en Miami. Ya era siglo XXI, así que se diría que las comunicaciones serían coser y cantar. Pues verdes las segaron. Entre cada pregunta de servidor y la pertinente respuesta de la interpelada había un lapso de un minuto. Palabrita del niño Jesús. Imaginen el monumental pifostio, teniendo en cuenta las apostillas de los interlocutores o los simples ajás. Aquello fue un monumento a la asincronía y una demostración palmaria de que los ejercicios espaciotemporales que no se dan al instante son la garantía del naufragio.

El patético episodio me acaba de venir a la mente al asistir a las más que justificadas rabia e indignación al conocerse que el factótum deportivo del equipo femenino de basket de la élite de Gernika, Mario López, abusó continuadamente de una menor hace 25 años. Me sé al dedillo lo de la presunción de inocencia, pero aquí y ahora escribo que estoy absolutamente convencido de la veracidad de la denuncia de la hoy ya mujer adulta que sufrió el escarnio. Comprendo perfectamente los motivos que han hecho que dejara pasar un cuarto de siglo antes de hacer público algo que la devastó y ha destrozado su vida. Toda mi solidaridad hacia ella y, por descontado, mi deseo de que se haga justicia aunque sea tarde. Y ahí es donde miro a las decenas de personas, incluidas muchas que han trabajado codo con codo con López o a sus órdenes, que tenían algún tipo de conocimiento de los hechos y solo han abierto la boca cuando la denuncia se ha hecho pública. ¿Por qué no antes?