Si en los últimos finales de mes teníamos motivos para ciscarnos en la estadística disfrazada de magia potagia porque los alegres titulares gritaban que el IPC “se iba moderando”, en el caso del remate de noviembre, el cabreo sube unos cuantos decibelios. La razón es que el dato de este mes es el que sirve como referencia para la subida de las pensiones. Así que el jolgorio ha sido doble. Por un lado, se han lanzado aleluyas por la moderación de los precios –tal cual lo dicen– y por otro, se montan congas de Jalisco porque la pensión media va a subir –¡Oh, ah, uh, ah!– 55 euros mensuales. Fíjense que, ya de entrada, y por motivos de simplicidad comunicativa, hablamos de “pensión media”, pasando por alto que hay muchísimos perceptores que cobran bastante menos y, que, en consecuencia, también van a ver una subida menor que la anunciada a bombo y platillo por el equipo propagandista habitual.
Resulta una obscenidad que, ante esa realidad, políticos del recién revalidado gobierno español se lancen a las redes sociales o al primer micrófono que se les ponga a tiro para apuntarse el tanto y felicitarse por la presunta buena nueva. Un escalón de indignidad más abajo, no sabe uno dónde mirar cuando salen los aguerridos sindicalistas domesticados de las dos grandes centrales hispanas a sumarse al festejo atribuyendo el prodigio a su lucha en la calle –hay que joooo… robarse– y a la sensibilidad del citado “gobierno de progreso” para con las clases más humildes.
Es evidente que ni unos ni otros tienen la menor dificultad para llegar a fin de mes. Da lo mismo lo que suba la inflación real o la artificial. Sus bolsillos son lo suficientemente amplios como para no notar lo que el o la común de los mortales. Es decir, que digan lo que digan las estadísticas, incluso dando por buenos esos 55 euros de subida de las pensiones, seguimos perdiendo poder adquisitivo.