Bonita mañana la del domingo, 12 de noviembre, en pleno veranillo de San Martín, donde los perdedores se manifestaron para sobreactuar apelando a la víscera, ayudados por la masa enfervorizada para descabalgar la opción de gobierno mayoritaria en el Congreso. Una mayoría esta plural de verdad, mucho más representativa del Estado de lo que supone el binomio PP-Vox.
“Pedro Sánchez, a prisión” fue el clamor que interrumpió el discurso de Díaz Ayuso. Al escucharle, me preguntaba la razón de que su jefe le permita, una y otra vez, debilitarle como líder de la oposición e incluso de su partido. Por si fuera poco, al dirigirse Núñez Feijóo a las turbas madrileñas, estas coreaban “¡presidenta!”, “¡presidenta!”.
Después vino corear “Pedro Sánchez, hijo de puta”, mientras Nuñez Feijóo mantenía el tono bélico al decir que “ganaremos esta batalla”, rematado por la presidenta de Madrid cuando añadió la frase gansteril de que “nosotros nos encargaremos”. Y esto otro de “golpe a golpe”… ¿Militar? ¿De Estado? ¿A puñetazos?
En su ansia por desbarrar incluso más que Vox, ella soltó otras desmesuras: el gobierno de Sánchez propicia “Una democracia sin ley, sin legitimidad, con mentiras y sin respeto a la libertad o a la vida”. “Es el más autoritario y menos leal a los españoles”, que subvenciona la pobreza, no gestiona servicios públicos, “gestiona sentimientos y hace a la gente manipulable”.
No hubo citas a Vox, sencillamente porque ella era su voz. Nadie del emburrio de Abascal ha sido tan violento y deslenguado como la señora presidenta. Semejantes improperios y amenazas propias de un partido golpista, muestra sobre todo que el PP se muestra desorientado. Rabioso, pero desorientado. A su cuestionado líder le gusta el modelo de su pupilo andaluz, Moreno Bonilla, de guante de seda y economía de hierro, pero le acogota el modelo de Madrid. No sabe canalizar el descontento que él mismo ha propiciado con reacciones viscerales por todo el Estado, sin que sepamos qué gana el PP radicalizándose hasta lograr que todos los franquistas salgan, y son bastantes.
En cuanto a la frase de Núñez Feijóo “Da lo mismo perder que ganar”, él mismo se señaló como un político que no reconoce la legalidad cuando pierde. Y no da igual, ya que él es quien ha perdido la opción de ser presidente al no ser capaz de concitar los apoyos parlamentarios necesarios, que son los que deciden investir a un candidato como presidente de gobierno.
Todos se han unido para que él no sea presidente… menos la ultraderecha. El ruido montado con las arengas de la rabia no tapa el fracaso después de dos elecciones en las que el maldito Sánchez ha vuelto a salir airoso pactando una foto política de “la España real”, que visualiza los sentimientos nacionales diferentes y la demanda de cogestión.
Pero lo que me preocupa más no es la saña de estas soflamas convirtiendo al adversario en enemigo apelando a la democracia, no. La mayor preocupación me viene del sonsonete cada vez más interiorizado que también ha sonado alto estos días de pasacalle mitinero. Ese que repite “injusticia” y “privilegio” para referirse al autogobierno que nos hemos dado, y a sus resultados. No hay igualdad, repite la presidenta madrileña; y va calando, sobre todo las veces que el PP aprovecha para pasear su elixir nacional español con tanta irresponsabilidad como la de estos días.
La desigualdad que denuncia es torticera. Si nos vamos a Francia o Portugal, países centralistas a los que la derecha sociológica añora, vemos el calado de los desequilibrios en renta y servicios entre unas regiones y otras. La uniformidad no es sinónimo de justicia social y política. Sin ir más lejos, en lo que se llama territorio de régimen común español, es verdaderamente injusto el desfase que muestran los datos clave de desarrollo entre unas autonomías y otras; entre Canarias y Madrid, entre Extremadura y Aragón…
Son importantes desequilibrios territoriales de índole administrativa, económica y social, o relacionados con la sociedad del conocimiento, cuyo origen nace en los modelos de gestión y la eficacia de los mismos, y tiene relación con la estrategia impositiva y de reparto de la riqueza, con priorizar el desarrollo social o no, con la buena gestión del autogobierno. Todo ello incide en la calidad de los servicios prestados y en otras áreas de desarrollo.
La apuesta de PP y Vox está siendo la de un nacionalismo español intolerante y agresivo como relato dominante. Ansían el poder a costa incluso de que se cercenen derechos, aunque hacerlo no mejoraría las carencias de los demás. Tampoco los pasacalles amenazadores e insultantes logran sino fomentar odio y aliento contra la convivencia y la democracia.
Analista