Unos y otros acusan alarmante deterioro del corazón. Hoy pega duro Israel, cruel y desproporcionadamente. Ayer pegó duro Hamás, cruel y desproporcionadamente... Ahora es esta guerra atroz, pero ayer fueron otras sobre el mismo desierto sagrado. Parejo dolor, sangre y escombro. La espiral de mutuos y fatales agravios en Tierra Santa se prolonga en exceso.
La irrupción con cuchillos y fusiles en los kibutz y en la masiva fiesta de los jóvenes fue salvaje. Nuestro presente no merecía escenas de tamaña crueldad, sin embargo la sofisticación alada de los “cazas”, disparando de forma tantas veces indiscriminada sobre la población civil, causando cientos, miles de muertos no es menos salvaje. El cuarenta por ciento de las víctimas son niños que no saben de banderas, que no habían tenido siquiera ocasión de empezar a comprender este convulso mundo.
¿Cómo enjuagarnos con todas los sollozos, cómo honrar todo padecimiento? El de la madre israelí con su hija secuestrada en un agujero bajo la arena y que teme por su vida, el de la madre gazatí que ha perdido a su vástago sepultado tras un bombardeo... ¿Cómo desnudarnos de desfigurante ideología? La ideología solo suma más polvo al ya abundante polvo, humareda que invisibiliza la otra parte de la tragedia. ¿Cómo observar solo de forma neutral, sintiendo como propio el dolor de todas las pieles, fundamentalmente el de todas las almas? ¿Cómo identificarnos con todas las angustias, cómo encontrar en ellas sencillamente algo del fracaso global, más allá de los bandos?
Todas las lágrimas son igualmente ácidas; se precipitan en realidad sobre una misma mejilla, sobre el pómulo ya humedecido de una misma y sola humanidad. Hay un olvido del dolor de la otra parte que será preciso superar. Mis amigos de izquierdas me envían unos vídeos, los proisraelís otros contrapuestos. Busco amigos sensibles a todos los dolores, independientemente de sus simpatías políticas. No quiero whatsapps ni de un bando, ni de otro; anhelo mensajes sensibles al entero dolor humano. Al fin y cabo, la terrible ignorancia de que el mismo mal que se siembra es el que se recoge, ya estaba instalada a ambos lados de la alta alambrada.
Cuando se acumulan tantas montañas de destrucción, cuando se apilan día tras día tantos sacos de sábanas con cuerpos inánimes, cuando el terror de unos y otros se desata ya sin medida, será preciso evitar el escoramiento ideológico. ¿Qué podemos hacer ante el aparente progreso de la brutalidad, ya en el desierto donde se reúnen Oriente y Occidente, ya más al norte en estepas pronto de nuevo heladas...? Vaciar todos nuestros restos de arsenal, implementar detalle, amabilidad y bondad.
Agitemos campanas de las que tocan por todos sin discriminación, más allá del nombre con el que se invoca al mismo Dios. Tras el off en la pantalla de los diarios horrores, tras el asomo estos días a las tinieblas televisadas que aún gestan los humanos, en el lugar donde estemos, encendamos la luz de nuestro tocado corazón. Ante un presente sorprendido por crueles guerras que creímos superadas para siempre, ganar a nuestro alrededor espacios para la inocencia y la pureza, alentar relaciones fundamentadas en la cordialidad y el mutuo respeto, sostener la importancia del diálogo y el acuerdo para superar las diferencias, reafirmarnos en lo pequeño en el convencimiento de que es llamado a tornar grande, a arrinconar el conflicto, a recuperar la tierra entera.
La esperanza no se nos puede escapar de las manos en medio del baile, un 7 de octubre, un sábado a la noche bajo el dictado de quienes penetran la oscuridad cargados de acero, al albur de quienes hacen tronar día tras día los cielos. En nuestro entorno reducido nos jugamos más de lo que creíamos. Palestina perderá su connotación ahora tan sombría.
Abracemos las dos ciudadanías allí sufrientes. Recemos unidos, pidamos con fervor, para que mañana no haya alambradas, ni trincheras, sobre todo para que esta sea la última y fatal guerra sobre las arenas bíblicas, por supuesto allende ellas. Clamemos para que nadie pegue duro a nadie, para, más pronto que tarde, perdonarnos los mutuos y ancestrales agravios, para por fin inaugurar un nuevo mundo en firme paz y en permanente hermandad.