A comienzos de 2002, circuló a través de internet un montaje audiovisual que, en principio, había tenido como destino su emisión por la cadena televisiva MTV (Musical Televisión). El trabajo fue objeto de “censura” y no llegó a las pantallas de televisión. Se trataba de una creación sencilla pero muy bien concebida que, en menos de un minuto, con una enorme carga simbólica y de denuncia del sistema capitalista salvaje, pretendía llegar a la profundidad de los corazones, incluidos los más fríos y menos sensibles a las tragedias que sufre la humana condición.

El fotograma que faltaba

El microcortometraje se construía en base a tres fotogramas dramáticamente elocuentes que iban apareciendo, lentamente uno tras otro en la pantalla. Los tres tenían como fondo común las Torres Gemelas en llamas tras el atentado del 11 de septiembre de 2001, perpetrado por dos aviones que impactaron contra la parte superior de los dos edificios de New York.

Recordemos que es, en la conocida como “crisis del petróleo” del año 1973, donde históricamente se ubica el cambio radical en la evolución del capitalismo que conllevará una mutación profunda, no solamente en el ámbito axiológico sino también en el estético, en el simbólico y, por ende, en el ideológico, de la sociedad occidental. Por ejemplo, esa crisis de 1973 va a conllevar una transformación en la propia simbología arquitectónica representativa del capitalismo. El filósofo y sociólogo Jean Baudrillard la ha descrito muy bien: “Todos los grandes rascacielos de Manhattan se habían limitado a enfrentarse a una verticalidad competitiva cuyo resultado era un panorama arquitectónico a imagen y semejanza de lo que hasta ese momento era el sistema capitalista, una jungla piramidal cuya célebre imagen se perfilaba cuando se llegaba por mar y nos acercábamos a la desembocadura del río Hudson. Esta imagen se modificó en 1973 con la construcción del World Trade Center. Perfecto paralelepípedo de 400 metros de altura, sobre una base cuadrada, vasos comunicantes perfectamente equilibrados y ciegos. Monolitos que no se abren al exterior y se someten a un acondicionamiento artificial. La efigie del sistema pasó del obelisco y la pirámide a la tarjeta perforada y el gráfico estadístico”.

Ese fondo simbólico del nuevo capitalismo, que pretendía tener la fuerza monumental interna de las grandes catedrales medievales, se encerraba en sí mismo y daba la espalda al mundo como si nada ni nadie le interesase. Solo él, el cálculo, los números, las estadísticas el “more matemático” … ¡Nada de humanidad, nada de vida!

La destrucción de las Torres Gemelas, más allá de la tragedia y de las mil y una interpretaciones, tenía un fin: simbolizar la caída de una cultura imperial que pretendía –y pretende–, convertirse en ideología universal, en pensamiento único y cosmovisión.

El pequeño cortometraje, aprovechando la circunstancia, trataba de despertar las conciencias y, situándonos ante el espejo de nuestras contradicciones, presentaba a las Torres Gemelas –como si de una burla del destino se tratase–, transformadas en colosos en llamas que, desde su propio infierno terrenal, contemplaban la obra deshumanizada y contradictoria que ellas mismas –o mejor, el sistema imperial que ellas simbolizan– habían construido.

En cada fotograma, el protagonista que aparece es un individuo que la sociedad entiende como “marginal” y que representa una de las grandes calamidades que, el sistema neoliberal del Imperio ha contribuido a producir.

En el primero aparece sentado en el pasillo del puente de Brooklyn una persona de aspecto enfermizo rodeado de bolsas de plástico y sujetando un cartel cuya inscripción reza: “VIH + Please Help”. En el pie de la fotografía y al lado de las Torres Gemelas se puede leer: “2.863 muertes”. En el cartel que sostiene el hombre enfermo: “40 millones de infectados en el mundo. El mundo unido frente al terrorismo, debería hacer lo mismo frente al sida”.

En la segunda, el protagonista es un niño cabizbajo y triste sentado en el pretil de la derecha del puente de Brooklyn con las Torres Gemelas al frente. El texto junto que acompaña a la foto de las Torres Gemelas dice: “2.863 muertes”. En el pie de foto del niño se afirma: “824 millones de personas desnutridas en el mundo. El mundo unido contra el terrorismo, debería hacer lo mismo contra el hambre”.

En la tercera, de nuevo un mendigo esta vez de espaldas con una bolsa de plástico, en la que se supone están sus enseres y que está depositada sobre el pretil del puente, mira hacia las Torres Gemelas pasto de las llamas. El texto junto a las Torres Gemelas repite la cifra: “2.863 muertes”. En la foto del clochard se puede leer: “630 millones de indigentes en el mundo. El mundo unido frente al terrorismo, debería hacer lo mismo frente a la pobreza”.

Y, si en el filme faltaba un cuarto fotograma… ¡Ya lo tenemos! Como telón de fondo hoy aparece el territorio palestino de la Franja de Gaza en ruinas. No voy a hacer historia sobre el conflicto palestino-israelí. ¡Hay ríos de tinta! Pero, sí afirmaré con rotundidad que el mensaje que transmite el conflicto supera la capacidad de la imaginación, la comprensión y el asombro del ser humano ante tamaña barbarie.

Es un escenario de terror en el que hombres, mujeres, ancianos y niños atrapados por la histeria, el pánico y la desesperanza, tratan de sortear la muerte, para poder vivir el minuto siguiente, en tanto ronda, sobre sus cabezas el espectro fantasmal del exterminio.

Una nueva/vieja versión de las prácticas de todo Imperio y hoy, en pleno siglo XXI, del Angloamericano del que el Estado de Israel –que, al parecer, poco ha aprendido de su propia trágica historia–, es el brazo ejecutor. Esta vez, el pie de foto, al lado de las ruinas, diría “1.400 muertes y 230 rehenes”. Debajo de las gentes en pánico: “9.257muertos, de ellos, más de cuatro mil son niños. El mundo unido contra el terrorismo debería unirse contra el genocidio”.

Sería larga la lista de los fotogramas que pudiéramos añadir para ilustrar el errático y fatídico camino seguido por un Imperio Occidental que pretende “hacer un mundo a su medida”. No obstante, estimo que los cuatro fotogramas expuestos son suficientes y nos invitan a preguntar: Imperium, quo vadis, quo nos ducitis? (Imperio, ¿dónde vas, a dónde nos llevas?). l

Catedrático emérito de la UPV/EHU