O locus horroris, como nombraban hace casi mil años a lugares terribles donde nadie podía vivir a gusto, habitados por monstruos infernales o bien despoblados, terrenos yermos o devastados. Se idealizaba cómo confrontamos aquello que nos aliena, desfigura o destruye como seres buenos. Lo cierto es que el término se me ha metido en la cabeza al intentar hacer una lectura de algunos sucesos que estamos viviendo en estos tiempos. Porque parece que el mundo está convirtiéndose en un entorno inhabitable, hostil; y no por las malas artes de la naturaleza o los demonios que nos rodean, sino por la acción (o inacción) de agentes a la vez necios y destructores. En Pamplona planteaban convertir el segundo ensanche en un espacio de especulación insostenible, un punto caliente donde los parkings merecen más atención que la ciudadanía de un barrio sereno y arbolado. Mientras tanto los registros meteorológicos muestran un verano más cómo las alteraciones que hemos introducido con nuestro desdén consumista son ya insoslayables, horripilantes, quitándonos el bienestar y la salud en una catábasis de tintes épicos, un descenso al inframundo, infierno horrible que está cada vez más cerca.

En otra escala y en otros espacios, pero coincidiendo en el tiempo que vivimos estos meses, el machismo de las cosas que siempre fueron así, ese sitio realmente horroroso, ha quedado tan expuesto que todos lo hemos percibido tóxico y maloliente. La gentuza que ha liderado esos oscuros sitios de odio se queja al cuestionarse su privilegio con ese necesario y potente #seacabó que une a las gentes buenas. Ojalá que esto sea definitivo, que permita la diversidad y la equidad que muchas reclamamos para una sociedad moderna. De igual manera deseo que nuestras ciudades consigan transformarse en un locus amoenus de la literatura bucólica, donde las pasiones y las acciones son amables, consentidas, benéficas. No es una utopía sino una necesidad: es la única manera de poder sobrevivir y permitir el futuro de las próximas generaciones. Supondrá privaciones y compromisos, solidaridad y lucha para evitar que esto, en el futuro, sea un paisaje desolador.