Tenemos una tendencia innata a catalogar a las personas, partidos políticos, equipos deportivos o sucesos concretos en “buenos” y “malos”. Este tipo de clasificaciones son simples y peligrosas. Veamos las razones de todo ello.
En primer lugar analizamos el caso de las personas. Se puede ser a la vez un buen padre o madre de familia y un mal jefe. También se puede ser a la vez un buen estudiante y un mal deportista. Está claro que a la hora de hacer la clasificación debemos ser más concretos y contestar a la pregunta, ¿respecto de qué? Sin embargo, eso es sólo el comienzo.
Entre el blanco y el negro existe una gran escala de gris. Existen jefes que tienen buen talante para escuchar pero que cuando llega el momento de tomar decisiones usan el engaño y el embuste para edulcorar o postergar medidas reclamadas por sus trabajadores. También existen jefes de mal talante que son más propensos a recapacitar para así satisfacer algunas de las demandas de sus empleados. Sí, lo peor es alguien de mal talante y egoísta. Lo mejor, alguien de buen talante y generoso. Pero esos no son los únicos atributos que se existen el ámbito de la gestión. Hay muchos más.
Además, lo que en un momento del tiempo o del espacio es una virtud en otro es un defecto. Un exceso de buen talante puede hacernos más propensos a caer en engaños. Un exceso de generosidad puede hacer que las cuentas no cuadren y la empresa se vea abocada a realizar despidos o cerrar.
Pasamos a valorar los partidos políticos o los equipos deportivos. En el primer caso, la estrategia de la polarización permite engañar a la opinión pública cambiando el foco de interés. Como los problemas de la sociedad no tienen solución fácil debido a que los recursos de unos no los pueden usar los otros (por ejemplo, el aumento del gasto en Defensa viene de otra asignación presupuestaria, de aumentar los impuestos o de subir el déficit público) es más sencillo buscar enfrentamientos que sirven, de fondo, para reafirmar la clasificación binaria. Una vez más, no es así. Es difícil estar de acuerdo con todas las medidas de un partido y estar en desacuerdo con todas las medidas de otro. Sin embargo, aquí aparece otro engaño. ¿Cómo puede ser que existan tantas líneas rojas entre unos y otros? Entre las funciones de los partidos debería ser indispensable la búsqueda de acuerdos de mínimos, y eso pasa por dialogar entre ellos. Pocos casos existen de personas que no hablen entre sí por ser de diferentes ideologías; la única razón válida vendría dada por contradecir valores muy interiorizados en la personalidad de cada cual. Dentro del ámbito deportivo, lo primero que nos viene a la cabeza es la rivalidad entre el Real Madrid y el Fútbol Club Barcelona. En Estados Unidos el mayor enfrentamiento se da en el béisbol: los Yankees de Nueva York contra los Red Sox de Boston. De hecho, muchos aficionados de un equipo sólo apoyarían al otro si su rival fueran…. ¡los talibanes!
Para comprender a donde puede llegar el desencuentro y la manipulación, destaquemos un estudio realizado a un conjunto de seguidores del Manchester United separados en dos grupos. El primero tenía que escribir sobre las razones por las que les gustaba su equipo. El segundo sobre lo que tenían en común con otros aficionados al fútbol. Posteriormente un transeúnte que iba corriendo con la camiseta del equipo rival hacía teatro: se caía retorciéndose de dolor. Del primer grupo sólo le ayudaba el 30%; del segundo, el 70%. No hay más comentarios.
Todos los medios hablan un día sí y otro también del tema del espectáculo que protagonizó Luis Rubiales en la final del mundial de fútbol femenino. Hay un consenso común: lo que hizo está mal. Aquí es donde comienza, de forma inconsciente, a funcionar nuestro sesgo binario (bien/mal). Ahora bien, ¿hasta qué punto? Si lo pensamos en una escala de cero a diez no creo que todo el mundo piense que su acto esté al nivel de cero (¿dónde estarían entonces sucesos como amenazas, agresiones, puñetazos o asesinatos?). Continuamos: ¿debe dimitir por ello? ¿Y los demás escándalos presuntamente asociados a su gestión como orgías, comisiones, espionaje o procedimientos digitales para colocar a sus amigos no tenían tanta gravedad? Esto lleva a una conclusión preocupante: existen instituciones como la Federación Española de Fútbol o los partidos políticos en las que quien manda más es más un dictador que un ejecutivo, lo que conlleva funcionamientos ineficientes.
Después de ganar el mundial de fútbol es pertinente aprovechar la marea para incentivar una afición que proporcione más recursos futuros sin entrar en la fácil demagogia: “que cobren igual”. Después del escándalo protagonizado por Luis Rubiales es pertinente repensar el funcionamiento de las estructuras en las que quien manda tiene un poder omnímodo. Son fuentes de corrupción.
Entonces, ¿se hará algo?
La mejor respuesta, en esta ocasión, es binaria.
No.
Profesor de Economía de la Conducta, UNED de Tudela