–¿Hola, buenos días!

–Qué calor hace.

–A la noche habrá tormenta.

–¡Hola, buenos días!

–Siempre lloviendo.

–Dice el hombre del tiempo que seguirá así toda la semana.

–¡Hola, buenos días!

–Viene una ola de calor.

–Antes no hacía estas temperaturas.

–¡Hola, buenos días!

–Este cambio climático no sé dónde nos llevará.

Y así, esta conversación de ascensor que duraba treinta segundos hasta que usted llegaba a su casa, se ha ampliado al bar, a la panadería, a la pastelería y a la farmacia. Misteriosamente, todos, sin distinción, hablamos continuamente del tiempo. Es el tema estrella de periódicos, noticiarios de radio y de televisión. El señor que anuncia el movimiento de las isobaras y muestra el mapa lleno de nubes, soles o dibujos de agua es el más importante del día. Sus oráculos son profecías que creemos al pie de la letra. Ya no solo nos informan de la temperatura de la península; el mapa se ha ampliado y, hasta Europa, se rodea de símbolos temporales que parecen señales de malos augurios.

Agosto siempre ha sido un mes de escasas noticias y el monstruo de lago Ness se ha convertido en el clima. En nuestras conversaciones habituales, dedicamos a este fenómeno dos horas al día. Ya no hay rogativas sino continuas quejas.

El problema del cambio climático es suficientemente serio para quitarnos el sueño. Con desesperación, vemos tierras secas como terrones de barro sin agua, embalses medio vacíos, coches que se los llevan las riadas y ancianos en el tejado esperando que un helicóptero los rescate. Si usted se dedica, con reloj en mano, a medir el espacio que ocupa el tiempo, se dará cuenta de que en estos días no ocurre en el mundo nada más que el color del cielo. La guerra está en segundo plano. Después de la boda de Tamara, tenemos, con verdadero dolor, la imagen del hijo de Fernando Sancho, que va de coche en coche, hasta que lo ubiquen en una cárcel especial. Hablan continuamente los abogados, explicándonos la crueldad de las cárceles de Tailandia. Se deleitan germanizándonos los atroces hechos que este joven ha cometido, en una enajenación mental o en un estado de locura permanente. Hemos escuchado a psicólogos y psiquiatras disertar sobre el tema y, como si en ello nos fuera la vida, el regodeo en el triste asesinato, lo más importante que ocurre en el mundo. Antes, estos sucesos espantosos se convertían en una gacetilla, tristemente curiosa, de las páginas de sucesos. La crónica de sociedad de estos días es si este nieto de Curro Jiménez es condenado a muerte o encarcelado en Bangkok, la peor prisión del mundo. Es duro, pero no tiene porqué ser la primera noticia de lo que ocurre en el universo. ¡Pobre familia! A continuación, incendios, palizas a muerte de policías, de cualquier parte del mundo. EL morbo es colectivo. Asesinatos de género reiterado. Los informadores nos avisan de la dureza de las imágenes que vamos a ver. Pero las vemos. Así todos los días. Se ha olvidado la pederastia porque nos anuncian que va a ser un plato del día, se han olvidado los miles de emigrantes que mueren sin llegar a ningún sitio, que una docena de puerros valen casi una langosta y todas las escenas vacacionales se han convertido en hormigueros, donde es imposible poner una toalla y señoras acaloradas abanicándose con ardor. Ciertamente vivimos un verano difícil, pero hay más noticias por el mundo que el tiempo y las locuras sangrientas de un muchacho desequilibrado.

Entre tanto desastre, de vez en cuando, vemos una foto de la joven Tamara que ha desbancado a su medre en las páginas del corazón. Despuésde terminar el viaje de novios alrededor del mundo, nos cuenta desolada que está cansada y necesita vacaciones –los viajes anteriores eran de luna de miel. ¡Qué despiste el nuestro!–. Enseñan con todo despliegue de color el cansancio del nuevo matrimonio en las arenas del desierto o el frío cerca de los icebergs. Las exclusivas han de ser muy sabrosas para poder subsistir los esposos sin hacer nada.

Algún día, igual los pactos políticos nos animan a enterarnos de lo que pasa en el mundo. Agosto es un mes fuera de calendario. Diariamente hay que llenar páginas de acontecimientos que hemos llegado a tal grado de hartazgo que nos dan igual. No nos sorprendería que un líder de Vox se abrace a un miembro de Bildu y decidan formar un peculiar gobierno. Teniendo en cuenta que lo que usted y yo metimos en dos sobres en una urna de cristal nada tiene que ver con lo que va a suceder en los próximos meses. ¡Quién le iba a decir a Puigdemont que sus votos pueden decidir la formación de un nuevo gobierno!

Seguimos profundamente desorientados y protagonizamos las mismas conversaciones de una plaza de compra. El clima, el cuchillo con que se descuartizó a una joven, en un lugar que antes se consideraba exótico, los mamporros de la policía, que pueden llegar a tiros, y las cursis estampas al anochecer de Tamara e Iñigo. Unos jóvenes que van a vender el embarazo –si lo hay–, el nacimiento del bebé, las primeras crisis conyugales –si las hay– y hasta el divorcio. Menos mal que siempre llega Navidad y la hija de Isabel Presley podrá perdonar los devaneos –si los hay– del marido porque el piadoso espíritu navideño cae, como un tul blanco, y vuelve a enlazar cualquier desliz inoportuno de la pareja del año.

Mientras, seguimos en agosto. Más subida de termómetros, ausencia de agua y la miseria humana que se desparrama inoportuna por todos los meses del calendario.

Para seguir con el morbo, TVE ha empezado a programar nuevamente la serie La señora, protagonizada por Rodolfo Sancho. Así nos recuerdan continuamente que su hijo fue como el destripador inglés. Deprimente. No desesperen, también Ha repuesto Curro Jiménez, abuelo del supuesto asesino de Tailandia.

* Periodista y escritora