No es que Calderón de la Barca –dramaturgo barroco y cura de armas tomar– haya regresado del más allá para reivindicar en televisión el honor como cumbre de la conducta humana. En realidad, una mala traducción del inglés (Your Honor, equivalente al tratamiento de Su Señoría en nuestros tribunales) provoca que el dilema de un juez entre salvar a su hijo y cumplir la ley pretenda elevarse a categoría de drama moral. La serie Honor, actualmente en Atresplayer, no plantea una cuestión ética, sino un relato simple en un potaje de corrupción judicial, policial y política en un torbellino de venganzas. Es imposible no comparar este subproducto cañí con las dos formidables temporadas de Your Honor, producida por la CBS, multipremiada y de la que esperamos una nueva entrega. La historia es la misma, cambiando Nueva Orleans por Sevilla: un juez viudo y compasivo, cuyo hijo adolescente mata accidentalmente al menor de una familia de narcotraficantes, elige ser padre coraje antes que magistrado neutral, desencadenando una espiral de violencia. La distancia entre las dos versiones es tal que la española es irreconocible por su producción cutre, deprimente narrativa y un reparto que ofende. Entre Bryan Cranston y Darío Grandinetti hay más que un océano: está la diferente inmersión en la entraña del personaje que el actor argentino convierte en caricatura. Honor no es mala por ser española, pues Días mejores, igualmente local y en cartel en Telecinco, es lúcida y conmovedora con un rotundo trabajo de Blanca Portillo. Lo que hace pésima a Honor no es su bajo presupuesto, ni tonterías como “eres más agarrado que el vals de las mariposas”, sino sus renuncias estéticas y el desprecio de un remake que merece sentencia de deshonor.