Y nosotras, por supuesto, quienes fuimos convocados el pasado 23 de julio para expresar con nuestro voto la formación política que considerábamos más de fiar. El resultado, desde el punto de vista puramente democrático, fue positivo ya que resultó frenada en seco la amenaza de una involución que se veía como muy probable. Desde el otro punto de vista, o sea, desde el inmediato futuro que nos espera tras el resultado electoral, pues tengo que reconocer mi total desconocimiento porque en realidad quienes depositamos disciplinada y cívicamente nuestro voto no pintamos nada en su desenlace, ni nadie nos va a consultar qué van a hacer con él.

¿Y nosotros, qué?

Siempre ha sido así, siempre nuestro voto ha sido cheque en blanco para que los dirigentes de los partidos a los que votamos decidieran sobre acuerdos o desacuerdos. Este desenlace inevitable –gajes de la democracia representativa– significa que de las urnas para adelante no tengamos ninguna opción sobre cuál va a ser el destino final de nuestro voto. La consecuencia de esta incapacidad es que corremos el riesgo de discrepar de la decisión que finalmente tome el aparato del partido que elegimos, aunque esa discrepancia no sirva para nada.

Es evidente que el resultado final de las elecciones generales ha sido endiablado. Nos dimos al principio con un canto en los dientes al comprobar que las encuestas estaban equivocadas y que no iba a ser posible –así, de saque– una alternativa pactada entre la derecha extrema y la extrema derecha. Pues qué alivio. De ahí para adelante, y para que se mantenga la actual alternativa de progreso, imperan la zozobra y la más absoluta incapacidad de maniobra de los que fuimos emplazados a votar el 23-J. Sólo nos queda especular, expresar en nuestro pequeño entorno sobre lo más conveniente, escuchar y leer las opiniones de lo que parece que saben y, en su caso, interpretar no lo que dicen sino lo que quieran decir los que van a decidir.

En este momento y con los datos que podemos ir hilando de aquí y de allá, los que van a decidir por nosotros, están representando una comedia bufa en la que sobran arrogancias, maximalismos, desplantes, extremismos y amagos de bloqueo. Unos piden la luna y otros ofrecen limosna. Todo ello priorizando intereses de partido, preparando decisiones que beneficien su situación en el próximo futuro, asegurando su influencia en la cosa pública, reivindicando cargos y ocupando espacios de poder.

En lo que se vaya a decidir, compañeros y compañeras votantes, nosotros no pintamos nada ni se nos va a dar ninguna explicación. Es cosa de ellos, de los partidos, de sus aparatos, en algunos casos hasta de sus delirios. Nos pidieron el voto y se lo dimos. Hasta ahí nos permitieron llegar. De lo que vayan a hacer con ellos, no tenemos ni idea. Sólo nos queda confiar, que no es poco a estas alturas.