¿Qué hay de lo mío? A esta simple pregunta, preñada de indudable ambición personal, se ha reducido todo el mortecino culebrón relativo al pacto poliédrico entre Sumar y las aspiraciones egoístas de Ione Belarra e Irene Montero. Ni un debate ideológico. Ni una disquisición programática. Mucho menos un minuto de tiempo para la cuestión territorial. Interminables horas y horas de WhastApp y de Telegram dedicadas exclusivamente a decidir el futuro –sinónimo de veto– de la ministra de Igualdad en funciones, además de repartir los puestos de salida y, por supuesto, de fijar el reparto del 23% de ingresos resultante para cada grupo representado en el bisoño Movimiento de la izquierda progresista. Al borde del tiempo límite, de recordar aquello de divide y perderás, se ha alcanzado un acuerdo de coalición, cogido con alfileres. Tan endeble nace que la enrevesada adhesión de Podemos al pacto que liderará Yolanda Díaz quedaría en agua de borrajas si Montero descarrilase. Puede ocurrir. Aún peor: una inmensa mayoría de los votantes convencidos de este proyecto no derramaría una lágrima.
Penúltimo capítulo del culebrón. En el último minuto, Podemos se sube con indisimulada apatía y una carta en la manga al carro de Sumar. Lo hacen a desgana, conscientes de que no son bien recibidos, que llevan la derrota marcada en la frente y que su declive se agiganta cada vez que se abren las urnas. Solo les cabe el recurso chantajista por emocional de invocar a la desunión como garantía de éxito para la llegada de la derecha. Lo están exprimiendo sin pudor con todas sus vergüenzas políticas al aire. Incansables exigiendo para aquellos rescoldos del 15-M, de una marca cada vez más devaluada, la limosna de una cuota institucional y económica.
Solo quieren que sus lideresas tengan garantizado un escaño en el Congreso. Y no cejarán en el empeño hasta conseguir apuntalar a Montero, posiblemente la dirigente más cuestionada por su capacidad ministerial de las últimas legislaturas. Una conjura que podría hasta dinamitar de un plumazo el pacto interno de Sumar si la todavía responsable de Igualdad queda apeada.
Esta maraña de intereses devalúa, de saque, la tarjeta de presentación del nuevo proyecto político, llamado a compartir responsabilidades de gobierno si se confirmaran en el 23-J las optimistas previsiones de Pedro Sánchez. Una amalgama de formaciones que en solitario muchas de ellas tendrían que sujetarse fuerte para que no se las llevara el aire de la exigencia electoral, pero que el implacable avance de la derecha las convierte en el dique de contención junto al PSOE, emblema histórico de la izquierda cada vez más izquierdista. Una apuesta plagada de ilusión para las decenas de miles de desencantados con el fallido proyecto político y orgánico de Podemos y con la desquiciante instrumentalización tan egocéntrica de sus dirigentes.
Conseguido el pacto de Sumar y hasta la oficialización de sus listas, hay tiempo en Ferraz para respirar más tranquilos. Queda superado el primer match ball de sus aspiraciones. Seguirán con ojo avizor las peleas narcisistas del patio progresista, pero les siguen saliendo las cuentas, al menos es el mensaje de puertas afuera. Lamentablemente para ellos, pocos se los creen. Ahora bien, tampoco nadie en el bando contrario canta victoria temiendo la demostrada capacidad de supervivencia innata de Sánchez cada vez que se siente acosado y, más aún, cuando está solo ante el peligro. Eso sí, nunca como ante las próximas generales ha aflorado una sensación tan coincidente en renegar desde demasiadas capas de la sociedad de la figura y del estilo político de un presidente de gobierno.
En el PP, en cambio, cautela. En Génova, la consigna repetida por las cuatro esquinas de las siete plantas en lenguaje coloquial es: no meter la pata. Que el contrario se ponga nervioso. Y parece que lo está. La desquiciante imputación de la histórica socialista Amparo Rubiales a Elías Bendodo sirve como botón de muestra más reciente. La insólita incitación a Feijóo de seis debates semanales habida cuenta de la superioridad dialéctica de Sánchez hasta produce sonrojo. Los populares se sienten muy cómodos. Ni siquiera se inmutan por los envidos de Abascal. Juegan con el tiempo a su favor después de las expectativas de poder que les concede el último examen del 28-M. Para sí quisiera ERC este horizonte despejado. Junqueras y Aragonès siguen buscando el camino más adecuado para su rehabilitación electoral como un zahorí con los pozos de agua.