Uno ya va siendo talludito, lo cual tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Una de las ventajas es poder ir haciendo balance de tu experiencia. Y ver cómo otros lidian con vicisitudes similares.

Hoy me preocupa la aparente alza en la enfermedad mental. Y por lo que he podido ver, muchas de las frustraciones que generan auténtico dolor de alma tienen que ver con la trampa del perfeccionismo, una de las más difíciles de sortear. Nos rodean mensajes de todo tipo para que nos obsesionemos por ser los mejores. Buscan que destaquemos en la sociedad, básicamente en lo económico. La meritocracia económica ha hecho que lleguemos a pensar que si no ganas lo suficiente para vivir, es que “no lo mereces”.

Hay quien mantiene que el progreso tecnológico no lo han hecho quienes estaban satisfechos, sino quienes han mantenido a raya su insatisfacción mejorando lo ordinario hasta convertirlo en algo mejor, desplazando los límites de lo factible. Este mensaje es totalmente falaz y dañino. No es verdad que descubras cosas porque seas el mejor. No hay que olvidar que en los descubrimientos también interviene un factor aleatorio.

Lo subversivo de verdad, está, por tanto, en cómo superar la trampa del perfeccionismo. Mi particular receta ha sido reconocer que el perfeccionismo no es un objetivo realista ni saludable, sino que es una causa perdida, básicamente porque es el peor enemigo de la autosuperación. La única forma de llegar a ser bueno en algo es empezar por admitir la propia inexperiencia. No hay nada malo en fracasar. La trampa está precisamente en que quieren que te avergüences por fracasar y en que te desanimes y no lo vuelvas a intentar.

La imperfección es lo que nos hace humanos. No pasa nada con cometer errores a veces y no tenerlo todo resuelto. A lo que no hay que cerrarse es al proceso de aprendizaje. Lo acertado es centrarse en el propio proceso de mejora, no en alcanzar la perfección. En mi caso, desde luego, es lo que ha funcionado. l

@Krakenberger