¡Qué recuerdos! Aquellas casetas de feria en las que las carabinas tenían los cañones torcidos y era casi imposible acertar con un perdigón al palillo premiado. O el olor a aceite recalentado que doraba unos churros que enmascaraban el sabor rancio de la fritanga con puñados de azúcar. Las manzanas de caramelo, los pirulís con barquillo, las sirenas de los autos de choque, los escobazos de la bruja en el tren chu-chu o las muñecas chochonas de la tómbola. Todo era un ruidoso caos que obligatoriamente había que visitar, patear y disfrutar.

Tengo especialmente grabado en mi disco duro mental aquel juego que simulaba una carrera de camellos. No sé a ciencia cierta la cantidad económica que costaba cada partida pero el concurso lo componían hasta una docena de participantes. Cada uno disponía de tres bolas que lanzaba a un cajón donde, dependiendo por el agujero por el que caían, movía un resorte que hacía avanzar a un camello en la parte frontal de la barraca. Había que ser preciso y apuntar bien a la abertura superior para que el artefacto del camello avanzara más y a mayor velocidad. Ganaba, obviamente, quien antes llegaba a meta. Y todo esto amenizado por el feriante que micrófono al cuello, radiaba la partida como si fuera una competición internacional. El vencedor obtenía un “suculento” premio magnificado por la megafonía. “Le damos el champán. Le damos el reloj. Le damos un llavero y el carnet de camellero”.

Mis camellos nunca despuntaban. Siempre había adversarios que a mi jinete le superaban por varios cuerpos. Es como si mi cabalgadura estuviera coja ¿Sería yo un inútil incapaz de acertar con las bolas en el cajón? ¿Mi camello estaría gripado? No tardé en descubrir cómo era posible que siempre hubiera un animal de aquellos que corría como una centella, mientras que los demás se quedaban atrás. Me sorprendió encontrarme, al filo de la atracción, con un tío mío que portaba varias botellas de cava –el “champán” que anunciaba el kiosquero era un vino espumoso de marca desconocida– . Él y su cuadrilla de amigos las habían ganado en el circuito barraquero de los camellos. El grupo era una banda de “alicates” con más peligro que un mono con dos pistolas. Unos “salaos” muy del país.

El carnet de camellero

¿Cómo lo hacían para ganar siempre? La técnica era sencilla. Compraban cuatro opciones de juego y lanzaban todas las pelotas (tres por jugador), en el mismo cajón. Así que permanentemente había bolas entrando en los agujeros y tal dinámica de saturación de lanzamientos hacía que su camello corriese como alma que lleva el diablo. Mientras el “camellero” feriante no se diera cuenta de la trampa, ellos conseguían el “champán” y los carnets de camelleros para todos.

La campaña electoral que estamos asistiendo me ha transportado a aquella experiencia barraquera. Pedro Sánchez, como el cetrino feriante que charlataneaba garantizando premios por doquier, se ha lanzado al ruedo con su vocación contrastada por el ilusionismo y la prestidigitación. Nada por aquí, nada por allá y, de repente, 25.000 viviendas sociales. Y en cuanto te despistas, otros 43.000 pisos más. Y créditos hipotecarios a través del ICO.

Cierras los ojos y aparecen más promesas. Ayudas para el interrail europeo, para la compra de material didáctico escolar, pensiones adelantadas para trabajadores con discapacidad, cine a dos euros todos los martes para mayores de 65… y el carnet de camellero. Su campaña es como una subasta abierta en la que si se cumplen todas las previsiones apuntadas costarán a las arcas públicas más de 13.000 millones de euros.

Ni para España es seria la imagen que desde la Moncloa se está transmitiendo con tanta oferta. Creen sus druidas electorales que con propuestas como estas garantizan a su electorado una supuesta imagen de defensa del “escudo social” que movilizará a su parroquia. Así que acostumbrémonos a escuchar anuncios de tómbola, compromisos de subasta y envites de mal jugador de mus.

En el polo opuesto, Núñez Feijóo sigue abanderando las tesis de los catastrofistas que anuncian el advenimiento del fin del mundo en las próximas horas. Todo son calamidades, despropósitos y falsedades que se ciernen sobre el futuro de los españoles cuan plagas bíblicas. Y, cuando todo eso no funciona, la derecha vuelve a echar mano del comodín del terrorismo, de la “indignidad” de los aliados de Sánchez y, claro está, se resucita a ETA, muerta y sepultada –afortunadamente– hace ya cinco años. La indecencia de utilizar a las víctimas y al sufrimiento como ariete político ha vuelto al orden del día superando todo límite de la zafiedad y la desvergüenza, un terreno en el que Isabel Díaz Ayuso se mueve como pez en el agua.

Pero si la derecha española no fuera suficientemente interesada en manipular el presente con añoranzas del pasado, siempre está la ¿torpeza?, la ¿intencionalidad?, ¿la provocación?, de la Izquierda Abertzale para facilitar la controversia y convertirla en el río revuelto en el ellos también son pescadores.

La última polémica, la inclusión de personas condenadas en el pasado por actividades terroristas en las listas electorales de EH Bildu, ha sido un elemento más para creer que nada de lo que ocurre en ese mundo es casualidad o simple coincidencia. La polvareda suscitada –mucha de ella artificialmente– ha servido para que el PP pueda atacar y morder a Pedro Sánchez por sus alianzas singulares con el partido de Otegi. Y a EH Bildu, cuya base sociológica se encuentra extremadamente movilizada y sensible, le ha servido, más allá de aguantar las críticas generales por no asumir la indignidad del pasado de una parte de su militancia –críticas que ya tienen descontadas, pues son consustanciales con su naturaleza–, para que una vez “corregido” una parte del “error”, exhibir un perfil insolente de victimismo inexistente.

Para ellos, la reacción que el resto de formaciones han tenido a sus candidaturas “contaminadas”, ha obedecido a una “brutal campaña de acoso y derribo”, haciendo especial significación a la posición del PNV al que indirectamente ha acusado de promover “un lodazal en el que chapotear por meros intereses políticos y electoralistas”.

El “barro” ha sido el símil utilizado por Arnaldo Otegi a la hora de calificar las opiniones que respecto a su formación ha ido trasladando en este tiempo electoral. ¿Barro es, acaso, preguntar a EH Bildu si recuperará la recogida de la basura puerta a puerta en aquellos municipios en los que alcance la alcaldía? ¿Barro es cuestionar a EH Bildu si apoyará o no la instalación de nuevos parques eólicos o fotovoltaicos como alternativa energética de futuro? ¿Preguntar por qué su grupo no defiende en Madrid las competencias propias de Euskadi es ensuciar la campaña electoral? ¿Hablar del pasado de cada cual es “enfangar la política”?

Es muy fácil salirse por la tangente y escapar de la crítica ajena. Ahora bien, desconocíamos que la Izquierda Abertzale tuviera la piel tan fina a la hora sentirse “víctima” de una campaña de acoso cuando se ha pasado toda la vida tratando de demonizar a los demás con mil y un argumentos intencionadamente hirientes.

Resulta insólito que se sientan perseguidos quienes durante años han vivido en una ciénaga. Y es que la respuesta de Maddalen Iriarte a quien le recuerda lo que en el pasado llevó a cabo su partido cuando alcanzó el poder en Gipuzkoa, resume muy bien su falta de interés por reconocer errores anteriores. “Ahora estamos en 2023 –reiteraba la cabeza de lista de EHB en el debate de la Televisión Vasca– . Hay que mirar al futuro no al pasado”.

La campaña avanza con el ruido de una feria barraquera. La política española que pretende convertir los comicios en un primer duelo general lo está contaminando todo. Incluso no es descartable que una parte del electorado vasco –aletargado durante un tiempo– despierte en clave “española” ante esta polarización. Además, este indigno juego de unos y otros, con sus exageraciones y disparates, puede tener una segunda consecuencia; la cohesión electoral de los “acosados” de EH Bildu, a quienes el “barro” les ha llegado como publicidad gratuita.

Quien crea que “todo el pescado está vendido” y que las elecciones del próximo domingo no depararán sorpresas en Euskadi, puede equivocarse. Dar por hecho un resultado previsible abstrayéndose de la responsabilidad del voto puede facilitar que camelleros con carnet de tómbola alcancen una meta inesperada.

Queda una semana. El que se duerma, se quedará sin “champán”, sin “reloj” y sin “llavero”.

Miembro del Euskadi Buru Batzar de EAJ-PNV