El arte durante milenios ha intentado reproducir la naturaleza llegando a la perfección con la escultura renacentista, la barroca y con la pintura realista. Con el advenimiento de la fotografía, la copia del natural se quedó como algo secundario. A partir de entonces, el arte se empezó a expresar libre de ataduras de la copia fidedigna a través de la impresión, de la expresión, de lo surreal, de lo abstracto, de lo cinético, de la ensoñación, de lo efímero, de lo mínimo, etcétera. Siempre desde una actitud de imaginación y novedad. Pero como copiar se ha vuelto muy sencillo con los medios digitales actuales, lo novedoso se absorbe con rapidez y aparecen hordas de artistas haciendo lo mismo o parecido, por lo que nada dura mucho tiempo intacto, sorpresivo…

El arte también ha sido canalizador para denunciar las injusticias, de resaltar los dramas sociales, de visibilizarlos. Pero ya nada puede competir con unas duras y reales imágenes en cualquier telediario o plataforma digital. Cualquier otra expresión artística es también engullida por otra más potente o similar.

Si por otro lado, hemos llegado a la total saturación del mercado, ya hay obras de arte por todos los lados, los talleres de los y las artistas se colman y empiezan a tener problemas de sitio, la obra hecha te echa de tu propio taller. Con todo esto, ¿para qué seguir creando obras y más obras si no salen de tu taller y si consigues sacarlas, vuelven casi al completo? Observas atónito cómo el arte desfallece y tu entorno artístico se derrumba. No hay reacción, el desánimo, cual virus contagioso, está provocando una pandemia artística llevando a la UCI, previa al abandono, a artistas que se preguntan angustiados ¿para qué?

Nunca creímos que nos haríamos esta pregunta, porque en cuanto te llega no puedes evitar hacértela, te corroe, te paraliza y te obsesiona. Empiezas a ver los sacrificios que has tenido que ir haciendo para seguir creando obra, lo que te estás perdiendo, y a su vez comienzas a saborear las mieles de volverte espectador, viajero, de socializar y perder el tiempo en la charla, en la contemplación, en el no hacer nada.

Pero, claro, un artista lo sigue siendo aunque no lo quiera, no se puede rehuir de su condición, no se puede renunciar a tu pasión, no se puede. El arte te golpea en tu aldaba interior y no para hasta que le vuelves a abrir la puerta. Te has formado para ello, llevas mucho tiempo practicando, creando, haciendo, y todo ese bagaje es como una mancha de aceite que lo pringa todo, todo tu ser está cubierto por esa sabiduría como una pátina imborrable.

Entonces te dices, vale voy a seguir, y tú mismo te respondes ese para qué que te atenazaba, sobre todo para saciar esa ansiedad que te carcome por dentro si no haces nada. ¿Para qué? Para intentar crear belleza (la belleza le da sentido a todo, la belleza es sublime). Para probar libremente lo que a cada una le plazca, hay que ser creativo (si te copian será una buena señal). Para contarlo, hay que explicar lo que estamos haciendo, lo que exponemos, para que se nos entienda. Para intentar emocionar a los que nos quieran ver, hay que poner la sensibilidad, la creatividad y los conocimientos al servicio de los demás. Para ser solidario con aquellos movimientos colectivos que se tenga cerca que denuncien los problemas actuales. Para proponer colaboraciones entre artistas y así mezclarnos, crear juntos, aportar cada uno lo suyo, enriquecernos mutuamente.

Este es el papel del nuevo artista, belleza, creatividad, expresión, pedagogía, cooperación, solidaridad, colaboración. Ya hay quienes lo hacen, pero muchos se han perdido en el espacio vacío de la nada, de la copia, de la vulgaridad, de la intrascendencia, de lo banal, de la insolidaridad, del egoísmo y del egocentrismo. A esta gente perdida ya nadie sale en su búsqueda, ya a nadie le importan sus desvaríos. El nuevo artista simboliza la diversidad, la empatía, la cercanía y la humildad. El nuevo artista percibe que lo importante no es solo su obra, sino que su entorno rezume cultura, que los que le rodean sientan el placer por el arte, que los que le acompañan en su travesía se emocionen con la belleza, que con la gente que entabla conversación le enriquezca con su sabiduría, que él mismo se nutra de la sensibilidad y buen hacer de los demás. El nuevo artista sabe que ya no está en ningún pedestal, en ninguna tribuna, sabe y siente que está a ras de tierra y eso le conecta con la realidad, los problemas, las tensiones, las alegrías, las tristezas… de la gente. El nuevo artista es uno más entre tanta pluralidad, pasa la mayor de las veces desapercibido, y lo que siente y vive es su eterna fuente de inspiración.

El nuevo artista es del pueblo y para el pueblo. ¡Alégrense! El artista ha bajado de su torre de marfil y está entre nosotros.

Artista