“El día a día me come” es una de las respuestas más escuchadas cuando se plantea la necesidad de reflexionar sobre el medio y largo plazo.
Los productores están en el día a día, a pie de campo, inmersos en la faena, aplicando fitosanitarios, trasladando el ganado de una finca a otra; por la noche, rellenando papeles; vendiendo el producto en los mercados, participando en las reuniones de la cooperativa, etc. y como es lógico, la reflexión para el medio-largo plazo es postergada reiteradamente hasta el infinito y así, nunca se aborda, porque como decía, el día a día nos come.
Andamos en el corto plazo, en el regate y con el objetivo de llegar a final de mes, con las luces cortas, muchas veces con las bombillas fundidas y como comprenderá, querido lector, así es imposible afrontar las cuestiones importantes y los retos de futuro.
Pues bien, en estos tiempos donde el partido agrarista de Holanda, un partido hasta ahora casi residual, ha ganado las elecciones al Senado y es claro favorito para el Parlamento, capitalizando el malestar de los ganaderos y del potente sector agroalimentario ante los planteamientos gubernamentales de reducir en un 50% la cabaña ganadera, con expropiaciones y traslados de explotaciones de una región a otra para así poder responder a las exigencias medioambientales de la Comisión Europea, como decía, en estos momentos, miro con bastante preocupación sobre la deriva que puede tomar la cuestión de Doñana.
Doñana, como gran parte del sur y centro peninsular, cuenta graves problemas de falta de agua, fruto de la pertinaz sequía y de los cada vez mayores efectos del cambio climático, y además, al parecer, esas aguas sufren la afección de las captaciones alegales efectuadas por aquellos agricultores que requieren de agua para sacar adelante sus cosechas.
Unos tensionan por un lado, amparando a los agricultores, hasta ahora ilegales, y los otros, que hasta ahora han mostrado una pasividad pasmosa ante el problema que sufre este paraíso natural, se sitúan al frente de la batalla y una vez más, cosa harto frecuente en los últimos tiempos, todos sobreactúan y todos polarizan, aún a sabiendas de que, más pronto que tarde, quizás después de las elecciones generales de fin de año, deberán sentarse alrededor de una mesa y acordar lo que haya que acordar, con harto dolor para ambas partes. ¡Acuérdense de lo que les decía de Holanda!
El cambio climático y sus consecuencias más visibles, como la sequía y consiguientemente, la falta de agua para todos los usos, pero muy especialmente para la agricultura y ganadería, dado que son los principales consumidores, nos debiera hacer reflexionar, encender las luces largas y ver si lo que estamos haciendo, y no me refiero sólo a la actividad agrícola-ganadera, es consecuente con una política de mitigación y adaptación ante el cambio climático.
Entre todos, poco a poco, sin prisa, pero sin pausa, hay que analizar la cuestión en toda su extensión y sacar conclusiones que tendrán que ser implementadas, aplicadas, en todos los ámbitos de la vida y de la actividad económica, incluida, cómo no, la actividad agraria.
Por ello, tal y como le comentaba esta misma semana a un amigo catalán, habrá que reflexionar, otear el horizonte temporal y las consecuencias del cambio climático sobre la producción primaria, principalmente, aquella producción agroganadera ubicada en territorios peninsulares donde el calor, la falta de precipitaciones y el desabastecimiento de agua para regar y dar de beber al ganado serán elementos claves para poder garantizar la continuidad de la actividad que conocemos ahora.
Ahora, en estas semanas, mientras los ganaderos están atemorizados por las bajadas que se anuncian en la leche y/o las alzas en el forraje para todos los rumiantes, al parecer, nadie se para a pensar sobre las consecuencias de estas decisiones cortoplacistas, irresponsables a todas luces, simples regates para cuadrar balances y previsiones de beneficios, sin ponerse a pensar sobre las consecuencias que estas ilógicas decisiones tiene sobre un sector productivo, una ganadería básicamente familiar que, lamentablemente, está cada vez más debilitada y desanimada.
Si el cambio climático y sus efectos, sequía y falta de agua, afecta principalmente a zonas del sur y centro peninsular donde la ganadería extensiva pastará en auténticos secarrales y si la alimentación animal obtenida principalmente en base al regadío flaquea, lanzo la siguiente pregunta a los mandamases de la industria y de la distribución, con vistas a un plazo de diez años: ¿dónde se producirá la carne y la leche de vacuno y ovino que sus empresas y clientes finales, consumidores, necesitan?
Y yo les respondo, sin querer parecer un sabiondo juntaletras, que la alternativa de futuro la tienen en la zona donde menos afectará el cambio climático, la cornisa Cantábrica, pero, eso sí, si ustedes, unos y otros, industriales y distribuidores, siguen constantemente maltratando a los ganaderos familiares de la Cornisa, sean de vacuno carne, vacuno leche y/u ovino manteniéndoles en la miseria, en un continuo subeybaja, con periodos largos de pérdidas y, brevísimos periodos de ganancias, entonces, ustedes, no encontrarán alternativa en ningún lado, ni en la cornisa Cantábrica ni en el centro ni el sur peninsular y perdonen que les diga, merecido lo tendrán.
* Miembro del sindicato ENBA