“Maldita la guerra y malditos los que la provocan”. Estas palabras eran de Julio Anguita y cada día las recuerdo en presente. Maldita guerra. Pablo González –periodista antibelicista– dijo lo mismo antes de ser encarcelado el 23 de febrero de 2022. “No a la guerra. Cualquiera que diga lo contrario, como mínimo ayuda a que muera gente y las justificaciones de cualquier tipo son, con perdón, estupideces”. Pero le acusaron de ser espía ruso al tener doble nacionalidad. Con toda la documentación en regla, Polonia sostiene que es espía.
En el momento de su apresamiento, en la cárcel de Rzeszów, no contó con asistencia legal de oficio hasta 16 días después: Pablo permanece detenido e incomunicado a 13 kilómetros de la frontera de Ucrania, en Polonia. En noviembre, el Colegio de Periodistas Vascos concedimos el Premio Libertad de Expresión José María Portell a Pablo González.
Esperanzados, pensamos que saldría de esa cárcel. Una cárcel húmeda y llena de moho, donde no puede abrir los brazos. Cada vez que le sacan –apenas unos minutos– para ver el cielo y respirar, sufre la humillación de que le desnuden completamente. El aislamiento le está afectando seriamente a su salud.
El periodista lleva encerrado año y medio, sin juicio. Tardaron en proporcionarle un abogado de oficio y, actualmente, sólo puede comunicarse con el cónsul español en Polonia. La última carta que recibió su mujer, Oihana Goiriena, estaba fechada el 21 de diciembre y llegó en febrero.
Nacho Calle, jefe de investigación de Público, estaba sentado a su lado cuando le detuvieron: “Aunque Pablo no hubiese sido compañero, este caso igualmente teníamos que seguirlo, porque va con las banderas de nuestro periódico: estamos ante un problema gravísimo de derechos humanos y libertad de información”. El periodista advirtió de que se trata de un ataque directo a la libertad de expresión “y un aviso a navegantes muy peligroso. Es uno de los periodistas españoles que más sabe del espacio post soviético. Silenciar este tipo de voces, para algunos, es muy importante”. Otro compañero periodista y documentalista, Ricardo Marquiba, manifestó: “Pablo es mi amigo, hemos trabajado, y me parece un absurdo lo que está pasando. Si Pablo es un espía, yo soy un espía”.
La historia es como una película de James Bond, pero sin agente 007.
Pablo es nieto de un niño de la guerra. Nació en Rusia y allí le pusieron el nombre de Pavel.
Este relato podía empezar como un cuento, pero todo es verdad. En 1937, un niño de 6 años de Gernika fue trasladado a Moscú, luego entraría en el recuerdo como uno de los niños de la guerra. Allí empezó una nueva vida, ajena a la de la tierra vasca. Formó una familia y se casó con una joven de descendencia española. El matrimonio se divorció después de unos años y, su hijo, Pavel, vino con su madre a Gernika. El padre se quedó en Rusia. Pavel Rubtsov, para facilitar el trato con sus compañeros, su madre le puso Pablo –Pavel en ruso– y le dio el apellido de su abuelo.
Pablo, eligió la profesión más bonita del mundo y también la más peligrosa. Quería contarnos lo que no veíamos. Así, siendo corresponsal de guerra, fue apresado por la policía polaca, cuando iba a realizar una información sobre la situación de Ucrania en Donbas. Pablo trabaja como corresponsal de Público, Gara y LaSexta, tiene su propia pagina web y un blog titulado Mundo bueno, mundo malo. Había manifestado criticas a los ejecutivos ucranianos, a la presencia de batallones nazis y a la actuación del Kremlin. Además, había denunciado la falta de libertades en Rusia, “se han prohibido manifestaciones, mayoritariamente los desfiles del orgullo gay, y se ha llegado a dictar una ley para combatir lo que la prensa anti rusa, ha llamado propaganda homosexual”. Su nombre figuraba en una lista de periodistas considerados pro rusos. En esta lista estaba también, el eurodiputado Javier Couso y la reportera de TVE, Pilar Requena.
Pablo tiene tres hijos que no entienden por qué en la guerra que está su padre, no hay teléfonos móviles.
Para aumentar más el misterio, al poco de encarcelarlo, su esposa recibió en su casa de Navarniz la visita del CNI, para preguntarle si su marido era espía:
–¿Espía? –contestó asustada Oihana–. No, no. Mi marido es periodista.
Oihana entró en un bucle de tristeza, pese a su gran fortaleza. Pablo González es filólogo eslavo, hizo un máster de periodismo multimedia en el grupo Vocento. En la UPV, actualmente, se está doctorando.
Amnistía Internacional se ha posicionado a favor de Pablo, también el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, ha denunciado su situación. La organización Reporteros sin Fronteras asegura que “el caso es insólito. No hay precedentes en la Unión Europea”.
Las asociaciones de periodistas de Europa han pedido reiterativamente su libertad. Hay un agravante demoledor, el Ministerio de Asuntos Exteriores de nuestro país no ha movido ningún contacto.
Nadie se ha puesto en contacto con el periodista ni con su familia. La única visita que recibe es la del cónsul español en Polonia. El cónsul se siente impotente ante la situación.
Por favor. Libertad para Pablo, libertad para Pavel. Maldita la guerra y malditos los que la provocan.
Periodista y escritora