Se ha celebrado hace unos días en Davos el Foro Económico Mundial, esa cumbre en la que cada año se reúnen líderes políticos, empresariales o sociales para reflexionar, debatir y, a veces, incluso acordar sobre los retos a los que nos enfrentamos. A cuenta de este encuentro, un amigo me envió una reflexión que me pareció muy interesante en relación con la descarbonización. Aunque no es tanto el fondo lo que me ha llevado a escribir estas líneas sino algo a lo que llevo un tiempo dándole vueltas y que me ha venido a la mente con motivo de esas afirmaciones. Lo que se dice es inteligente, no podía ser de otra manera viniendo de quien viene, interesante y, posiblemente, no lo sé, no soy experto en la materia, también cierto. Estoy seguro de que cree en ello y de que tiene razones para defenderlo, pero me pregunto si mantendría la misma posición si no liderara una de las principales compañías energéticas de Europa. Lo mismo me ocurre cuando escucho a un empresario del sector inmobiliario resaltar los principales inconvenientes del teletrabajo; que muchas veces coincido con sus argumentos pero dudo que dijera lo mismo si no se dedicara a alquilar oficinas.
Y es que esto que, en este caso, sucede con los directivos que menciono, es tan natural que me lleva a preguntarme si no nos ocurre lo mismo a nosotros. ¿Hasta qué punto nuestras posiciones o nuestros propios valores están condicionados por nuestra experiencia personal o incluso por nuestros intereses particulares en vez de por un estudio minucioso y exhaustivo de cada uno de los temas? Encontrar argumentos a favor de cualquier asunto es sencillo y la capacidad de defenderlos con solvencia depende más de la convicción y habilidad que uno tenga que del nivel de los mismos. Por ejemplo, muy cerca tenemos a formaciones que se dicen progresistas y de izquierdas oponiéndose a las renovables, en este caso no porque vendan petróleo, pero sí porque quien las propone es un partido al que solo saben llevar la contraria.