Mientras en nuestro amado templo del cortado mañanero se está analizando la posibilidad de adelantar la temporada de caldo visto que el fresco alavés ya está haciendo acto de presencia, un par de viejillos preguntaron el otro día si les notamos fuera de este mundo, no sea que la demencia haya empezado a cabalgar dentro de sus cabezas. Al poco tiempo descubrimos que los dos aitites acababan de escuchar por primera vez una bronca a cuenta de una frase para ellos inocente sobre las preferencias alimenticias de la lideresa suprema de los madriles. Nuestro querido escanciador de café y otras sustancias intentó durante varios minutos explicar que no, que la frase en cuestión pretende ser un insulto, pero sin decirlo. Y eso, los dos abueletes no lo comprendieron. Es más, uno de ellos sostuvo que el taco es un arte y que no tratarlo con la decencia y el respeto que se merece es toda una declaración de falta de neuronas. En todo caso, lo que sí quedó claro a lo largo de la charla es el convencimiento general entre las paredes del bar de que si el objeto de la política es defecar en el contrario, lo mejor sería que los representantes de la cosa pública quedasen un día en un descampado para darse de leches hasta no quedar ni uno en pie. Eso, al resto, nos ahorraría muchos disgustos.
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