Los sucesos del pasado 8 de enero en Brasilia plantean una serie de cuestiones que van más allá de los tumultos que tuvieron lugar en la Explanada de los Tres Poderes (la denominación del espacio en el que se desarrollaron los tumultos no puede ser más ilustrativa). Resulta insólito que se produzca el asalto físico a las sedes de los tres poderes del Estado de forma simultánea (favorecida por su ubicación física en el mismo espacio) como ocurrió en la mencionada fecha. Pero más allá de los hechos tumultuarios en sí mismos, que no han de ser minusvalorados y que a través de los medios de comunicación hemos podido presenciar casi en directo, lo que tiene especial interés es examinar como se pueden producir estos hechos y cuales son los efectos que se derivan de ellos, que sin duda se van a hacer sentir próximamente en el escenario político brasileño… y también en otros escenarios políticos más alejados.
Una primera cuestión a tener en cuenta hace referencia al marco en el que tienen lugar los hechos, una semana después del traspaso de los poderes presidenciales (1 de enero), tras las elecciones realizadas dos meses antes. Es preciso aludir al hecho electoral, y al consiguiente traspaso de poderes como consecuencia de los resultados que arrojaron las urnas, porque los sectores vinculados a quienes han protagonizado y proporcionado cobertura a los tumultos de Brasilia no han dejado de sostener insistentemente la ilegitimidad del relevo presidencial y el no reconocimiento de los resultados electorales. Se trata de un elemento nuevo en el argumentario golpista que no se había venido utilizando hasta ahora pero que en esta ocasión, como asimismo en el precedente del asalto al Congreso USA hace dos años (6 enero 2021), ha sido uno de los argumentos centrales esgrimidos por los golpistas para justificar su comportamiento.
Independientemente de la novedad que suponga el cuestionamiento de los procesos electorales como argumento justificatorio de las actitudes golpistas, lo que ofrece pocas dudas es que éstas no necesitan muchos argumentos para poder llevarse a cabo. En este sentido, la experiencia política latinoamericana es particularmente ilustrativa, desde sus inicios y a lo largo de toda su accidentada historia, sobre la variedad y la persistencia de la praxis golpista como medio de acceso (y también de expulsión) al poder institucional. Brasil no es ninguna excepción, si bien a partir de la ultima década del siglo pasado y las dos del actual ha vivido una situación de relativa normalidad institucional; al menos por lo que se refiere a la ausencia de golpes y de dictaduras militares como las que se han dado en otras épocas no tan lejanas. Lo que no ha excluido la coexistencia con situaciones que, sin entrar ahora en mas detalles, bien podrían ser caracterizadas como dudosamente compaginables con los elementos propios del Estado de derecho y de un sistema democrático.
En este contexto, marcado por la tradición golpista latinoamericana, el precedente próximo del asalto trumpista al Congreso USA y el momento en el que se produce el traspaso de poderes tras las últimas elecciones en Brasil, el conato de golpe, afortunadamente frustrado, de la pasada semana en Brasilia, presenta una serie de rasgos distintivos sobre los que conviene hacer algunas consideraciones. La primera, que no se trata del típico cuartelazo, que ha sido tradicionalmente la forma de efectuar el golpe de Estado, especialmente en los países latinoamericanos. En el modelo seguido en esta ocasión, más afín en su ejecutoria a como se desarrollaron las cosas en el también fallido asalto al Capitolio en Washington, concurren una serie de factores diversos que confieren a la tentativa golpista unas características distintivas que la dotan de una complejidad mayor que la del tradicional cuartelazo.
Un primer factor a reseñar es la emergencia de una nueva derecha (alt-right según la propia denominación con que es conocida en EEUU, desde donde irradia a otras latitudes) que en Brasil ha tenido una propagación particularmente exitosa en estos últimos años, durante el periodo presidencial de Bolsonaro. Si bien el fenómeno reciente de la incidencia de la nueva derecha alternativa (alt-right) en la derecha liberal clásica es más complejo, lo cierto es que el trumpismo, y de su mano el bolsonarismo (Bolsonaro ha expresado abierta y reiteradamente su identificación con Trump), constituyen en el momento actual su manifestación más nítida en el norte y el sur de las Américas. Uno de sus rasgos distintivos es cuestionar la legitimidad del Gobierno cuando éste es del rival político y, asimismo, la del traspaso de poderes tras las elecciones, cuyos resultados también son objeto de cuestionamiento. Es lo que ha ocurrido en esta ocasión en el asalto a las instituciones en Brasilia… y lo mismo que ocurrió hace dos años en el asalto al Capitolio en Washington.
Hay un factor adicional en este caso, que no había estado presente en otras ocasiones pero que está cobrando un protagonismo creciente en Brasil, como es el factor religioso, en particular el activismo evangélico, que tanto en la reciente campaña electoral como en la agitación anti Gobierno de Lula se ha revelado como una fuerza particularmente activa. Salvando las distancias con EEUU, donde también los telepredicadores y las confesiones religiosas de todo tipo intervienen activamente en los procesos electorales y políticos en general, es preciso dedicar la atención debida a este nuevo fenómeno, que puede condicionar de forma determinante, e insospechada, el desenlace de situaciones que, en principio, no tienen nada que ver con las convicciones religiosas, o no religiosas, de cada cual. No debe pasar desapercibido el auge de este nuevo fenómeno ni tampoco renunciar a adoptar las medidas necesarias para evitar la mezcla entre el ámbito de lo político y lo religioso, lo que nunca proporciona buenos resultados.
Junto a los factores reseñados, es preciso hacer referencia al elemento decisivo en el fracaso de toda operación golpista, como es la no participación de las Fuerzas Armadas en ella, a pesar de los reiterados llamamientos para hacerlo y de que este era el objetivo central de los tumultos y del asalto a las sedes de los tres poderes del Estado. Ello no obstante, no sería realista, ni prudente, ignorar la existencia de sectores, nada despreciables, en el seno del Ejército en los que las posiciones que animan a los protagonistas de la tentativa golpista son ampliamente compartidas. A reseñar, por último, la falta de otro de los elementos decisivos para que triunfe una operación golpista, como es el factor externo, y mas concretamente el respaldo de EEUU, que ha sido clave para el éxito de todas las operaciones golpistas en los países latinoamericanos y que en esta ocasión, a diferencia de otras en las que ha sido determinante, no se ha dado.
Si bien el asalto tumultuario a las sedes de los poderes del Estado puede darse por concluido, ello no debe ocultar que el mandato presidencial (y de las Cámaras del Congreso) acaba de empezar. Y que los retos que, a partir de ahora, va a tener que afrontar el nuevo equipo presidencial y las nuevas Cámaras plantean serios problemas cuyas soluciones no son nada fáciles. Baste reseñar que Lula obtuvo el 50,9%, frente al 49,1 de los bolsonaristas, lo que da cuenta del peso político de éstos y de las dificultades que ello comporta para llevar a cabo las medidas acordes con la nueva política presidencial. A lo que hay que añadir la debilidad de esta ajustada mayoría presidencial en las Cámaras del Congreso, donde se encuentra en minoría; lo que, aun no teniendo la misma incidencia que en un sistema parlamentario, no cabe duda que implica serias dificultades añadidas para poder implementar legislativamente las medidas a adoptar.
Hace falta saber ahora, una vez dejados atrás los incidentes tumultuarios con motivo del traspaso de poderes al nuevo equipo presidencial, cómo éste va a poder abrir, tras el periodo Bolsonaro, un nuevo escenario político en el que llevar a cabo las propuestas con las que concurrió a las elecciones. Y conviene tener presente que, aunque Bolsonaro ya no tenga presencia en la escena política, el bolsonarismo es muy probable que vaya a seguir condicionando, si bien está por ver bajo que formas, el proceso político brasileño en este nuevo periodo presidencial. Sirva como muestra lo ocurrido, en estas mismas fechas, en Washington en la Cámara de Representantes, donde los trumpistas (al margen del propio Trump) han tenido un protagonismo imprevisto que ha llegado incluso a condicionar la elección del propio candidato del partido republicano; lo que es un ejemplo ilustrativo de la capacidad de presión de estos grupos para condicionar las decisiones políticas. Y Brasil no solo no es ninguna excepción a esta regla sino que es donde mayor arraigo han tenido el trumpismo, a través del bolsonarismo.
Profesor