Ya estamos en “el año que viene” del que hablábamos el año pasado. El tiempo, inapelable e inexpugnable, nos somete a la incertidumbre, que siempre es patrimonio del destino y del futuro. El año 2022, ya liquidado, apenas nos hace dejado algún recuerdo digno de ser conservado en nuestra memoria, menos aún digno de ser integrado en la Memoria de lo bueno, de lo formidable o de lo fantástico.

Hace 365 días casi todo era como hoy. Nos apremiaba una pandemia brutal que ha diezmado la población, ha matado sin ton ni son a tantos “viejos y viejas”, –también a otros que no lo eran tanto–, y ha influido muy negativamente en las relaciones humanas. Nos ha alejado a unos y otros tapando nuestras bocas con mascarillas que no solo han sido barreras ante nuestras palabras, sino también amenazas que han convertido nuestros besos en prácticas peligrosas y abominables, en proyectiles perniciosos. Nuestras palabras han surgido de nuestras bocas sin las caricias de nuestros labios incorporadas a ellos: las palabras de amor sin la dulzura propia de los labios ansiosos, y las de desamor sin la fortaleza agria de la mezquindad y el desprecio. El Mundo, que es nuestro hábitat como humanos, ha quedado reducido a un amasijo de conflictos en donde los muertos y las guerras, las discusiones estériles y los debates armados han llegado a obsesionarnos y, lo que aún es peor, a convertirnos en rehenes de nosotros mismos.

Lo que caracteriza a este Mundo en que vivimos ahora mismo es la escasa voluntad que asiste a quienes tienen la obligación de gobernarle y convertirle en un hábitat humano y hospitalario en el que la felicidad sea posible. Bien está pensar que esa felicidad es difícil de perseguir y de lograr y alcanzar, pero al menos deberemos ser felices buscándola y sintiéndola a nuestro alcance, aproximándonos a ella, aunque cada dos pasos que demos hacia ella supongan un paso de ella alejándose de nosotros. La Humanidad se muestra cada vez menos acogedora. Desgraciadamente, somos los humanos que la integramos quienes la convertimos en ese caos que termina por obsesionarnos y convertirnos en sus rehenes en lugar de ser sus felicísimos integrantes y, como tal, admiradores.

El Mundo constituye ahora mismo un espacio, –infinito sí–, pero tan dividido en ambientes bien diversos que podemos decir que son muchos mundos en uno sólo. La Navidad empuja nuestros pensamientos hacia ese lugar tierno y apacible de la amistad inquebrantable, de los afectos, de las felicitaciones y los abrazos, por otra parte tan efímeros y quebradizos como los deseos, porque los deseos responden al escaso tiempo en que se cumplen o se alejan de nuestras posibilidades. Mientras en muchísimos hogares se disparaban los corchos de las botellas de champán, en otras partes del Mundo se disparaban proyectiles dañinos y mortíferos, o peor aún, en otros muchos la pobreza y la escasez sometían a sus habitantes a la miseria: allí, en medio de su Nada, también los pobrísimos han adorado y cantado nanas a su Niño Jesús sin que les haya interrumpido el boom de las botellas de champán.

Mientras vivía yo mi Navidad, del modo más clásico que tal fiesta puede vivirse, otros vivían la suya… A su modo… Porque hay muchas Navidades, tantas como situaciones, tantas como personas… Somos muy capaces de desearnos felicidad al mismo tiempo que negamos incluso el saludo. Nuestras mesas se llenan de abundancia. Lo peor que puede tener una mesa en nuestra Navidad es que tenga demasiada superficie, excesiva para las posibilidades de cada cual, porque en tantas ocasiones nos falta poder adquisitivo, y porque cuando dicho poder es copioso y abundante nos faltan la ternura, la comprensión y la sensibilidad propia de los afectivos y de los buenos. Sí, Amigos, nunca como en estas ocasiones he sido capaz de distinguir claramente a los buenos y los malos.

Acabada ya la vieja Navidad de 2022 nos adentramos en este nuevo Año (2023) que, en manos de las diversas divinidades todopoderosas, o es capaz de limpiar la imagen del ya viejo y asqueroso 2022 o nos volverá a desesperar a casi todos. Tenemos que comprometernos ya a que el año próximo (2024) sea mucho mejor que este de ahora mismo (2023)… Que el futuro no sea una incógnita que nos amenace sino un paraíso halagüeño.